La
experiencia humana es, frente a ello, una fuente constante de sentido
para la vida del sujeto, una cantera inagotable de aprendizajes que
suministra, o al menos lo intenta, los recursos mentales necesarios
como para poder vivir en constante huida de esa amenazadora sensación
de muerte y vivencia de la nada que se esconde tras el sinsentido
existencial, frente a la cual todo ser humano se hunde en la
desesperación y el vacío. Pero hasta en esos momentos donde el
sinsentido se hace presente en la mente del sujeto, el sentido reina
y preside nuestra existencia como elemento por excelencia de la
misma. La existencia humana es siempre una cuestión de sentido. La
lucha contra el sinsentido es, de hecho, un equivalente terminológico
con el que definir la búsqueda de sentido, otra manera de llamar a
lo que en esencia es lo mismo: la lucha del sujeto por huir de esa
sensación de vacío que el ser humano enfrenta cada vez que es
consciente de la existencia de la nada, cada vez que se queda sin
referentes de sentido que le ayuden a dar respuesta a sus preguntas
más íntimas, a sus inquietudes existenciales más profundas, a su
necesidad de vivir con sentido, que lo ayude a vivir caminando sobre
un mundo sólido que tiene la forma de un conjunto
y
no sobre la incertidumbre existencial que supone para todo ser humano
orbitar su existencia en torno a su verdad como centro de su
realidad subjetiva y espiritual, de su caminar por el mundo realmente
existente. esta es una realidad prestablecida: una respuesta de
sentido que es interiorizada por el sujeto como si de una verdad
absoluta se tratase y frente a la cual no cabe duda alguna.
La
experiencia por vivir reforzará aquellos aprendizajes tempranos,
permitiendo que el sentido que en ellos se encerraba se haga presente
cotidianamente. Entre esos aprendizajes se encontrará ya la creencia
–o creencias, en caso de ser una sociedad pluralista a este
respecto- que esa sociedad tenga en relación a la existencia de la
vida como una realidad de un todo, así como los códigos éticos y
morales y demás elementos de valoración social que sean propios de
esa sociedad en cuestión. El hombre hallará el sentido de su vida
en la combinación sistemática de todos esos elementos de sentido, y
su aferrarse a ellos le permitirá escapar del sinsentido, al menos
mientras le sean satisfactorios. Será así también como el ser
quede integrado en su sociedad como un miembro más de la misma, que
respeta, reproduce y legitima lo que tal sociedad considera
importante para su normal funcionamiento, aquello que no solo da
sentido a la vida de las personas, sino al funcionamiento mismo de la
sociedad. Los códigos de sentido que son propios de una determinada
sociedad cumplen una función de cara al proceso de socialización de
los seres humanos que la componen, pero también son expresión de la
identidad de esa sociedad. La sociedad, como conjunto, también
adquiere un sentido a través de ellos, un sentido que el hombre
interioriza como fundamento de su vida en esa sociedad y desde el
cual poder sentirse parte integrante de la misma, así como
representado en ella y por ella. Eso también es sentido de la vida,
también es cuestión inherente al sentido. Donde lo existencial se
convierte en algo más que interpretación del mundo, entrando de
lleno en el ámbito de aquello que puede ayudar a transformarlo. Lo
existencial no solo es teoría, también es, debe ser, praxis. De
hecho, de todo lo que es, es lo que verdaderamente lo caracteriza:
sentido y existencia no son otra cosa que prácticas sociales y
vivencias cotidianas; la forma con la que cada sujeto tiene de
insertarse en el mundo y vivir conforme a un sentido, sentido que se
expresa, precisamente, a través de esas prácticas y esas vivencias
José
María Domínguez