En la crisis del
Covid-19 encontramos un nuevo espacio de confrontación social. Las secuelas de
la crisis del 2008 aún siguen vigentes en nuestra sociedad. La clase
trabajadora es más pobre y precaria, y los discursos que surgieron en el 15 M
siguen vigentes y ejercen de contrapeso sobre las viejas premisas políticas. Además,
el movimiento feminista y ecologista han entrado con mayor fuerza si cabe en el
espacio público, proponiendo alternativas de actuación política, nuevos puntos
de vista y, en general, nuevas maneras de enfoque en todos los ámbitos comunitarios
y sociales.
Las clases altas
cuando protestan no lo hacen para salvaguardar u obtener derechos, sino para
preservar sus privilegios, su posición es moralmente cuestionable y esto los
hace endebles en el discurso argumentativo profundo; Las mujeres sufren de
exclusión social, maltrato y violencia de una manera estructural, los
inmigrantes también (y no tienen trato de favor) y la clase trabajadora
concienciada por sus derechos no son “unos vagos que solo quieren paguitas”. El
discurso de Vox y PP consiste en ocultar, negar y ridiculizar los factores
estructurales que se entrecruzan y que son transversales en el funcionamiento y
explicación de nuestra sociedad, además, apoyados por prácticamente la
totalidad de la Ciencia Social objetiva.
Por otro lado tampoco
es nuevo que la ideología fascista defienda los privilegios de las élites. El
surgimiento del fascismo tiene su génesis en el capitalismo, y es la expresión
de dominación más extrema del sistema para defender los intereses de los
poderosos. Lo primero que tenemos que
tener en cuenta sobre los fascismos es su capacidad de adaptación a las
situaciones socio/políticas. Su lógica se basa en discursos que abogan por lo
irracional y la negación de la realidad. En primer lugar, niegan la lucha de
clases y, en segundo lugar, inventan un chivo expiatorio: en el caso de la
Alemania Nazi eran los judíos, en la España franquista los
«Rojos/Republicanos/masones», en los fascismos europeos actuales los
inmigrantes africanos, principalmente musulmanes, en Latinoamérica con
Bolsonaro en Brasil o Jeanine Áñez en Bolivia son las comunidades indígenas,
para Trump, por ejemplo, el foco de atención inculpatoria se arroja hacia los
latinos.
Nos encontramos con
una amalgama de contra discursos que lo único que buscan es culpar a un «otro»
ficticio sobre las problemáticas sociales, económicas y políticas. Asimismo, la
derecha, ligada al fascismo en este país de una manera más que sutil, no
entiende de solidaridad, ni de comunidad. Son los que fusilaban en el paredón y
llenaron las cunetas de republicanos, los que torturaban, los que dieron un
golpe de estado y tumbaron una república democrática, también son los que hoy
en día no aceptan la libertad sexual, ni la libertad de la mujer, ni el respeto
por nuestro medio ambiente, ni las culturas nacionales alternativas a la suya,
ni a los inmigrantes y, sobre todo, no aceptan a los que no son de su clase
social.
El pensamiento
crítico y la conciencia de clase se ha esfumado a causa de todo el bombardeo
capitalista/neo-liberal. La clase obrera se ha incorporado de lleno al sistema
como un engranaje más que acepta su situación de dominación. Es más, es
participe directa de ella dando su voto a partidos que defienden intereses
antagónicos. Los trabajadores hemos entrado al sistema mediante la seducción de
los medios de consumo, el ocio y el Estado del Bienestar. Ahora llega una
oportunidad de intentar cambiar las cosas, habrá confrontación, seguro, y en
mano de nosotros está la de posicionarse de un lado o de otro, de no caer en
los engaños, ni de culpar a los “Chivos Expiatorios” que la derecha nos marca.
Que no os engañen, los fascistas no tienen piedad, es más, no tienen humanidad
y para saberlo tan solo hay que abrir los libros de historia.