El revolucionario
ruso León Trotsky escribió: "Para cambiar nuestras condiciones de vida,
debemos aprender a mirar a través de los ojos de las mujeres". Del mismo
modo, V.I. Lenin, solía referirse a la opresión de las mujeres dentro de la
familia como "esclavitud doméstica". Como fortalecimiento de institución familiar, la ideología de la
clase dominante obliga a mujeres y hombres a asumir roles de género rígidamente
diferenciados, incluyendo el ideal de criadora-ama de casa para las mujeres,
sometidas al varón cabeza de familia y responsable de su sustento económico,
sin que importe lo poco que tienen que ver realmente esos ideales con las vidas
reales de la clase trabajadora. Desde la década de los 70, la gran mayoría de
las mujeres forman parte de la fuerza de trabajo y, sin embargo, perviven tanto
esos ideales familiares como la idea de que la mujer está mejor dotada para
asumir las tareas domésticas dentro de la familia. El papel de la mujer como
cuidadora en el seno familiar reduce su status al de ciudadanas de segunda clase
dentro del conjunto social,
La esclavitud
doméstica, a la que Lenin hace referencia, es un elemento central en la teoría
marxista sobre la opresión de las mujeres: la fuente de la opresión de las
mujeres radica en el papel de la familia como reproductora de la fuerza de
trabajo para el capitalismo, y en el papel desigual de la mujer en su seno.
Mientras que la familia de las clases dominantes ha funcionado históricamente
como una institución a través de la que transmitir la herencia entre
generaciones, con el surgimiento del capitalismo, la familia de la clase obrera
asumió la función de proporcionar al sistema una oferta abundante de mano de
obra. Es cierto que el Capital es el primer beneficiario, tanto de la opresión
de las mujeres en la familia, como de toda la basura sexista que se utiliza
para reforzar el papel de la mujer como ciudadana de segunda clase (y también
que los hombres de la clase obrera tienen un interés de clase objetivo en la
liberación de la mujer). Los trabajadores con conciencia
de clase deben entender que el valor del trabajo masculino depende del valor
del trabajo femenino y que, con la amenaza de sustituir la mano de obra
masculina por mano de obra femenina más barata, el capitalista puede presionar
sobre el nivel salarial de los hombres. Sola la falta de comprensión puede
llevar a ver este tema como una mera cuestión de la mujer. Aunque el éxito de
la revolución socialista no garantiza automáticamente la liberación de las
mujeres, sí que crea las condiciones materiales para ello. Y es a través del
proceso revolucionario, en todas sus etapas, desde la primera a la última, para
que a todos los revolucionarios les sean
indispensable la lucha por la eliminación de las
desigualdades sociales y domestica de la mujer, tenemos que ser más eficaces si no minimizamos los
desafíos a los que nos enfrentamos en la lucha contra el sexismo, dentro de la
clase obrera, si los reconocemos y, sobre estas bases, somos capaces de
desarrollar una estrategia que tenga como objetivo movilizar al conjunto de la clase
obrera para conseguir la liberación de la mujer.
José María Domínguez
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