“Y vosotros, los ricos, llorad con fuertes gemidos
por las desventuras que os van a sobreveniros. Vuestra riqueza se ha podrido y
vuestros vestidos se han apolillado. Vuestro oro y vuestra plata se ha puesto
se han hecho roñosos, y su roña será un testimonio en contra vuestra y devorará
vuestra carne con fuego” [Carta de
Santiago. Nuevo Testamento]
En la década de los 90 del siglo pasado la burguesía
se creía triunfante, gracias a la derrota del stalinismo. Un gran mercado se abría ante el horizonte y grandes
extensiones de materias primas por conquistar. Consiguieron llevar a buen
puerto una expropiación forzosa de la
propiedad
colectiva. Al mismo tiempo que ocurría lo dicho, se expulsaba a
millones de personas de las fábricas de aquellos países. Creaban un
imponente “ejército de reserva” para chantajear al movimiento obrero de las
metrópolis occidentales.
Por aquella misma época, al no haber enemigo, la
burguesía occidental aceleró la unificación [capitalista] de Europa y la
creación de leyes nuevas que permitiría el gran asalto al Estado de Bienestar europeo. Pero los paraísos no existen y el
capitalismo cayó en una crisis de la cual ni ellos mismos saben cuando se
saldrá. La crisis europea no puede entenderse si no comprendemos que no es más
una parte más de una crisis mundial. Es más, desde una
perspectiva marxista podemos afirmar que
la Unión Europea es uno de sus epicentros
y que se ha convertido en una lucha entre el núcleo duro del Norte y de la
periferia del Sur.
Adiós
al paraíso
El Estado de Bienestar está moribundo, y el núcleo
duro del Norte de Europa quiere enterrarlo. No volverá y si vuelve estará
completamente devaluado. El pacto de postguerra (pacto keynesiano) ya no es necesario para la burguesía europea. Y
ya desde la década de los 80 se encargaron de dinamitarlo. Hace días enteraron
en Londres a la “Dama de hierro”. Fue
enterrada con todos los honores. Y mientras tanto el Movimiento obrero inglés
(en particular los mineros) la despidió
“en guerra”. Aquella fue la que destruyó la sociedad (y si volviéramos a
ver la película “Lloviendo piedras” de
Ken Loach, entenderíamos lo que está sucediendo en el Mediterráneo).
Hoy anuncian nuevos recortes. Hoy hay que decir al gran proyecto social del Gobierno
socialdemócrata de Zapatero: un recorte de más de 900 millones de € a la Ley de la Dependencia. Ley que debía
convertirse en un pilar fundamental del Estado de bienestar en el Reino de
España. Y a esto se le añade un recorte de más de 2000 millones de € en la
Sanidad Pública.
Un Reino de España que abrazó la democracia
construyendo un Estado de bienestar ya débil, al salir de un Estado dictatorial
y autárquico. Un EB con una serie de derechos que costaron conquistar, que no
fue ningún tipo de regalo. Pero para este capitalismo senil y bárbaro ya no es
necesario el pacto keynesiano. Ni siquiera es importante que el movimiento
obrero tenga conciencia. Necesitan un
mundo de miserables.
El paraíso del capitalismo del bienestar residía en
un movimiento obrero que tuviera una
“vida decente”, que no quedara desamparado ante la incertidumbre. El
obrero tenía un “salario diferido”
gracias al cual tenía derecho al desempleo, a la sanidad y a la jubilación.
Todo esto en espacio de 30 años ha ido desapareciendo y estamos a las puertas
del último hachazo.
En el Reino de España desde los famosos Pactos de la Moncloa se han producido
52 [Contra]Reformas Laborales. Hemos pasado del pleno empleo y el trabajo fijo
a los contratos basura, a la precarización laboral y a los minijobs
En el capitalismo
senil y bárbaro se mercantiliza hasta el
“derecho a la vida”, todo es mercancía y en dicho proceso de
privatización la vida humana no tiene sentido, pero tampoco “valor ético”. La
vida ha devenido un fetiche, una mercancía y hasta el gen se patenta por las
grandes farmacéuticas. F. Chesnais y
Claude Sefarti al explicar la larga
lucha del capital por la apropiación de lo viviente nos dicen que “la
“capitalización de la naturaleza” no
expresa solamente su mercantilización.
Crea para los propietarios de este capital un nuevo dominio de acumulación y de
valorización, que se alimenta de la destrucción acelerada de los recursos
naturales y en el caso de los “derechos
a polucionar”, heridas sin duda irreversibles para la biosfera. Sus defensores
consideran que la privatización (la capitalización de la naturaleza) es la
solución encontrada frente a la
“escasez” de recursos naturales” [Les conditions physiques de la
reproduction sociale]. La fase del capitalismo senil conlleva una explotación y
dominación a ultranza en todos los niveles de la vida. Y además en dicha etapa
necesita una clase obrera débil y sin
derechos. Explotación que nos lleva a una pauperización progresiva de la
misma clase obrera a nivel mundial.
Las fábricas son trasladadas a los países de la
periferia y del Tercer mundo, desindustrializando grandes regiones del globo
como medida de chantaje y de retrocesos en los derechos socioeconómicos que
permiten reducir el salario obrero al mínimo de subsistencia, para que
pueda “reproducirse” como mano de obra barata para el futuro.
El
Derecho a la existencia
El ser humano vive de cubrir sus necesidades. Ahora
bien ¿cuales son dichas necesidades?, ¿qué es necesario para cubrirlas? Siempre
hemos entendido en las sociedades occidentales que esto residía en un salario
digno. Que permitía cubrir las “necesidades básicas” del obrero. Ahora
bíen ¿qué son las necesidades? Pregunta que no es baladí ya que Marx en sus obras de madurez y,
particularmente, El Capital “el valor de la fuerza de trabajo representa
para el obrero, el mínimo de salario,
y para el capitalista, el salario uniforme e igual para todos los obreros de la
empresa”. Por tanto en la época de Marx el capitalismo cuando hablaba de las
necesidades se estaba refiriendo pura y llanamente a la mera “reproducción física”.
Algo muy distinto es lo que se pretende desde el radicalismo filosófico del marxismo
que frente a esto introduce la noción de necesidades
radicales. En medio de todo lo dicho se encuentra el término desarrollado a
partir del pacto keynesiano de la postguerra, que permitió el desarrollo
del capitalismo del bienestar. En dicho pacto se hablaba de lo que conocemos
como necesidades básicas (con una
significación bien distinta a lo que se entendía en el siglo XIX).
Durante el pacto
keynesiano esas necesidades básicas
no se referían sólo y únicamente a la mera reproducción de la fuerza del
trabajo. El obrero tenía una serie de derechos políticos y económicos sociales.
Y la misma filosofía del liberalismo político (Rawls) basa su concepción sobre dicha noción. Es más a Rawls le permite desarrollar una Teoría de la Justicia basada en la
defensa de las necesidades básicas; a partir de la que introduce su Principio de la diferencia.
La situación cambia a partir de la década de los 80
del siglo XX. Se produce un “asalto” al
Estado de Bienestar mediante una vuelta a la
“teoría neoclásica” y la necesidad del
“Estado mínimo”. En todo lo dicho había un objetivo bien expresado por Pedro Montes en El desorden neoliberal: “El objetivo no confesado de la
desregulación del mercado laboral es crear las condiciones óptimas para lograr
un aumento de la tasa de rentabilidad del capital, por la doble vía de reducir
los salarios y aumentar la productividad, intensificando el uso de la fuerza de
trabajo. El panegírico de la flexibilidad, la insistencia en la necesidad de
eliminar la rigidiz del mercado laboral, no expresa otra cosa que la
conveniencia de alterar a favor del
capital la relación de fuerzas entre las clases, y para ello nada mejor que
la supresión de los derechos
laborales, la atomización de los trabajadores y el debilitamiento de su
capacidad de negociación, incluyendo el acoso a los sindicatos”.
Después de 30 años de neoliberalismo podemos afirmar que la mayoría de los objetivos se
han cumplido. El mercado de trabajo está completamente desregulado, con
infinidad de figuras, algunas de las cuales se encuentran casi sin derechos.
Pero todavía faltaba algo más. Pero antes todavía
queremos expresar algo que niega la práctica política de alguna que otro tipo
de reformismo: la defensa de los Derechos
Humanos de una manera abstracta y a-histórica ha lanzado al movimiento obrero y
a las clases populares a los pies de la burguesía.
Y es que en el terreno de los DDHH también
se ejerce la lucha de clases. Y lo estamos viendo en las luchas actuales y
en las reivindicaciones. Nos referimos a
la “lucha contra los desahucios” o en el
mismo 15M. Existe un derecho que es
intocable [para la burguesía], que si se toca inmediatamente se “criminaliza” a quien lo realiza. Mientras
tanto se respeta ( y se ayuda) a la propiedad privada, en particular a la
Banca.
Defendemos que los derechos no son todos iguales, es
más, son contradictorios. El mismo Rawls lo reconoce cuando en su Teoría de la Justicia a pesar de haber
introducido el “principio de diferencia” prioriza lexicográficamente el “derecho a la propiedad”.
Frente al liberalismo todos los movimientos
sociales, salidos de la “desafección política” de nuestra democracia
representativa, se decantan por la defensa de los excluidos y a la vez por priorizar otro derecho frente al derecho
de propiedad. Limitémonos a Juventud Sin Futuro (JSF), organización salida de las luchas
contra el Plan Bolonia y que contra este sistema capitalista afirman que
“frente a este modelo de capitalismo basado en la especulación, se debe
reivindicar el acceso a la vivienda digna, entendiendo como alojamiento y no
como propiedad, sea un derecho universal, reclamable y equiparado a otros
derechos fundamentales como la educación o la sanidad. El objetivo debe ser que
toda la población que lo desee pueda acceder a una vivienda de alquiler
social”.
Conclusión
Pocos ejemplos de las luchas sociales contemporáneas
para defender que frente a la burguesía la izquierda debe priorizar otro tipo
de derechos. Simplemente elegimos otro
lado de la barricada. Eligimos el de la defensa de derechos pendientes. En
particular el derecho a la existencia. Y lo defendemos frente al derecho a la propiedad. Derecho que
reivindicaron los revolucionarios burgueses, pero que hoy día la burguesía
decadente y senil ni quiere ni puede conceder. El problema no es el neoliberalismo, el problema es el capitalismo. Hay que priorizar derechos
hay que luchar por unos derechos que permitirán abolir otror. Y el derecho
a la existencia [como decía Robespièrre]
es prioritario y al que debe supeditarse cualquier otro tipo de derecho.
Javier
Méndez-Vigo
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