De más allá de la justicia, se dice, porque Allende fue un
hombre extraordinario de América. Un socialista sin renuncios, un
antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar. Cuando Cuba
padecía de un aislamiento casi completo y el Che iniciaba su última campaña en
Bolivia Allende asumió nada menos que la presidencia de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) para apoyar a la Isla rebelde y al
Comandante Heroico. Era por entonces Senador por su partido, y ya entonces
fueron muchas las voces que se alzaron para reprocharle por su incondicional
apoyo a la isla caribeña y a la insurgencia que brotaba no sólo en Bolivia de
la mano del Che sino en casi toda América Latina. Numerosos testigos españoles vivieron la campaña de difamaciones, agresiones,
insultos y escarnio que se descargó en su contra. El diario El Mercurio, una de
las expresiones más indignas del periodismo latinoamericano –en realidad, no es
periodismo sino propaganda y nada más- lo atacaba a diario en sus páginas
políticas y en sus opiniones editoriales, invariablemente acompañadas por una
caricatura que reproducía al líder socialista en la carta del rey (K) en el
naipe de póquer, la mitad superior empuñando una metralleta y sosteniendo en
sus manos la campana de Senado en la mitad inferior. El mensaje era clarísimo:
Allende no era sino un guerrillero castrista que se había puesto la piel de
cordero de un demócrata y que desde su posición en el Senado engañaba a
chilenas y chilenos. Allende fue el precursor del “ciclo de izquierda” que
conmovió América Latina (y el sistema interamericano) hasta sus cimientos a
partir de finales del siglo pasado. Las experiencias vividas en Venezuela con
Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa, en Bolivia con Evo Morales en donde
se recuperaron los recursos naturales tienen en el gobierno de Allende un
luminoso precedente en la nacionalización de la gran minería del cobre en manos
de oligopolios norteamericanos, en la nacionalización de la banca, la
expropiación de los principales conglomerados industriales y la reforma
agraria. Teniendo en cuenta las condiciones de esa época, comienzos de los años
setenta, lo que hizo el gobierno de la UP fue una proeza en un país rodeado de
dictaduras de derecha y atacado con saña por Estados Unidos.
Según la
documentación de la CIA, el 15 de Septiembre de 1970, pocos días después de las
elecciones, el Presidente Richard Nixon convocó a su despacho a Henry
Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, Director de la CIA
y a William Colby, su Director Adjunto, y al Fiscal General John Mitchell a una
reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir
en relación a las malas nuevas procedentes desde Chile. En sus notas Colby
escribió que “Nixon estaba furioso” porque estaba convencido que una
presidencia de Allende potenciaría la diseminación de la revolución comunista
pregonada por Fidel Castro no sólo a Chile sino al resto de América Latina. En
esa reunión propuso impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso y que
inaugurara su presidencia. El mensaje tomado por Helms, a su vez, expresaba con
claridad la visceral mezcla de odio y rabia que el triunfo de Allende provocaba
en un personaje de la calaña de Nixon. Según Helms, sus instrucciones fueron
las siguientes: “una chance en 10, tal vez, pero salven a Chile”; “vale la pena
el gasto”; “no involucrar a la embajada”; “no preocuparse por los riesgos
implicados en la operación”; “destinar 10 millones de dólares para comenzar, y
más si es necesario hacer un trabajo de tiempo completo.”; “Mandemos los
mejores hombres que tengamos.”; “En lo inmediato, hagan que la economía grite.
Ni una tuerca ni un tornillo para Chile;” “En 48 horas quiero un plan de
acción.” Y eso fue lo que ocurrió, desde
el asesinato del general constitucionalista René Schneider hasta el
reclutamiento de grupos paramilitares cuyas acciones terroristas eran
adjudicadas a fantasmales brigadas de izquierda, mismas que la prensa canalla
de la época, con El Mercurio a la cabeza, propagaba con fervor para alimentar
la creencia de que el triunfo de la Unidad Popular era sinónimo de caos,
destrucción y muerte en Chile. Pero la intervención de Estados Unidos
contemplaba también presiones diplomáticas, el desabastecimiento programado de
artículos de primera necesidad para fomentar el malhumor de la población, la
organización de sectores medios para luchar contra el gobierno (caso del gremio
de camioneros, entre los más importantes) y la canalización de enormes recursos
para financiar a los revoltosos y atraer a la oficialidad militar a la causa
del golpe.
Días atrás, el 4 de
Septiembre, para ser más precisos, se cumplieron 48 años del triunfo de
Salvador Allende en las elecciones presidenciales de Chile de 1970. Con el paso
de los años se comprueba, con dolor, que su figura no ha cosechado la
valoración que se merece mismo dentro de algunos sectores de la izquierda,
dentro y fuera de Chile.
Tengo la debilidad de
pensar que la memoria no necesita museos. Miles de Chilenos arrojados a la
calle, a los campos de concentración o a las celdas de castigo, guardan un
recuerdo imperecedero del día en que sus vidas fueron destruidas por un poder
demencial de odio y de dominación irracional. Las consecuencias, como la
memoria, no se borran con una supuesta “Reconciliación”. El calendario de 2018
tiene la misma distribución de días que el de 1973, aparente coincidencia que
para los numerólogos tendrá diversos significados. Para mí, solo la dolorosa
precisión de aquellas jornadas aciagas que comenzaron el martes 11 de
septiembre de 1973, bajo el fatídico signo de Marte, el dios de la guerra y la
desolación.
Pero hay heridas que
no se cierran, menos cuando una sociedad pretende mantener o consolidar sus
dudosos valores esparciendo la ceniza del olvido sobre sus hijos asesinados,
mientras propicia la impunidad de los criminales y niega las constantes
felonías del poder de turno, postulando una conciliación falsa, que no es otra
cosa que la hipocresía con que reviste y disfraza sus caducas instituciones,
casi todas ellas vueltas hoy gigantes con pies de barro, plagadas de escándalos
y corrupción que desnudan sin tapujos el sistema enfermo e inhumano que un
médico socialista, inmolado en su mandato obtenido en las urnas, quiso cambiar
hace cuarenta y cinco años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario