¿Por
qué resulta más barata la comida basura que una dieta saludable? Los procesos
industriales, la globalización y, más en concreto, el capitalismo, han dado pie
a que esto ocurra. No se necesita que las personas trabajadoras estemos sanas,
sólo que nos alimentemos con cualquier cosa para seguir produciendo y no
desfallecer. Lo justo para que tampoco colapsemos de enfermedades crónicas una
sanidad cada vez más infra financiada. Podríamos hablar también de los zumos
envasados o la leche; de los abusos de toda la cadena industrial de producción
agrícola, pesquera o ganadera; de las cantidades de azúcar en cereales,
galletas o artículos dirigidos a los más pequeños… únicamente para redundar en
la cuestión de cómo se produce y se consume bajo el capitalismo, un sistema
tóxico con la vida y el medio que no tiene problemas en envenenar a la mayoría
de la población con tal de mantener los beneficios de unos pocos. Nos venden
basura con apariencia de comida sana a bajo precio para que llenemos el
estómago y, desde los legisladores a los supermercados pasando por cada uno de
los intermediarios de esta cadena, todos contribuyen a mantener la industria
funcionando. Salimos perdiendo los productores primarios, los trabajadores de
las empresas intermediarias y la gran mayoría de consumidores. En definitiva,
salimos perdiendo toda la gente trabajadora, una mayoría de la sociedad
atenazada por la pinza que generan los bajos salarios y el alto costo de comer
algo que no sea basura. Comer en restaurantes, especialmente aquellos de comida
barata que frecuentamos la mayoría de personas trabajadoras (como pizzerías,
hamburgueserías de comida rápida, restaurantes chinos u otros establecimientos
similares) no mejora las perspectivas. Y lo mismo ocurre al adquirir alimentos
precocinados y otros ultra procesados. ¿Cómo es posible comprar una hamburguesa
o una lasaña de carne por sólo 1€? Lo es porque, aparte de elaborarse y
servirse gracias al trabajo ultra precario, suelen contener más basura
disfrazada que alimentos reales. De hecho, la Organización Mundial de la Salud
(OMS) recomienda reducir el consumo de estos alimentos, ya que existen estudios
científicos que han relacionado el consumo de carnes procesadas (como son
también el beicon, las salchichas, la mortadela y el choped o los nuggets,
entre otras) con un mayor riesgo de sufrir cáncer o enfermedades
cardiovasculares. Cuando entramos en los supermercados es recorrer pasillos
repletos de productos anteriormente conocidos como comida, especialmente si
nuestro presupuesto es limitado. La gran mayoría de alimentos son una mezcla
poco saludable de azúcares, aceites de muy baja calidad (palma, colza),
conservantes, almidón, agua y saborizantes, a esto nos enfrentamos los
trabajadores todos los días, nos engañan en nuestros sueldos y también nos
engañan en los alimentos que vamos a comprar.
El
capitalismo tiende a mercantilizar cualquier ámbito de la vida y absolutamente
todo acaba siendo susceptible de ser comprado y vendido. Los mercados han
conseguido que la ética, la conciencia, la moral, la crítica, la justicia e
incluso la transformación social se compren y se venda. La compra de un
producto ya no se guía sólo por criterios racionales (que definen si el
producto satisface mis necesidades), criterios económicos (que definen si el producto
ofrece buena relación calidad/precio), o criterios simbólicos (que definen si
el producto me hace feliz), sino también por supuestos criterios éticos (que
nos hacen percibir que el producto es bueno para el mundo). Así, el referente
moral del mundo occidental se desplaza hacia los mercados. El marketing ofrece profecías
verdes deseosas de tener fieles consumidores que creamos salvar el mundo. La
mercancía se ha convertido en un fetiche capaz de resolver los problemas de
conciencia del consumidor. La exigencia del consumo ético hace que se
materialice en los propios productos una cualidad moral redentora. Los
profesionales del marketing tradicional siempre defendieron que a los productos
se les pueden asociar valores semejantes a los de los individuos, pero
difícilmente llegaron a imaginar que se les podía asignar moralidad.
El comercio
ético permite consumir con la sensación de estar resolviendo problemas
medioambientales o sociales. Con ello, ahora no hace falta dejar de ser
consumidor para sentir el calor de ser altruista con la sociedad. El consumo
ético se presenta como herramienta para solucionar problemas que hasta ahora se
abordaban mayoritariamente desde fuera de los mercados La ética ha sido
mercantilizada. Por eso hoy la ética también está en los mercados se compra y
se vende, nada más lejos de la realidad. LA ETICA NO PUDE SER UNA MERCANCIA, NI
SE COMPRA NI SE VENDE.
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