sábado, 6 de septiembre de 2014

La economía de guerra y el Estado

La economía está al servicio de la guerra tanto como la guerra está al servicio de la economía: un entramado ideal de anulación sistemática de los límites en una suerte de ciclo ininterrumpido. La acumulación de capital militar, el recurso a la guerra como forma de activar la economía, y como laboratorio, la apropiación de la ciencia para ponerla al servicio de esta lógica, la sumisión de la producción civil bajo la militar, la conversión de la clase política y de la clase obrera en gestores, impulsores y colaboradores del complejo, la participación del conjunto de la sociedad a través de la compra de títulos, de la confianza depositada en los bancos que las sostienen, etc. hace difícil identificar a los “enemigos”. La Patria es una justificación más, un as en la manga que sirve, como muchos otros intangibles enemigos, para justificar lo injustificable. Las patrias las hacemos posible quienes pagamos impuestos. Por eso, lo verdaderamente importante es que la presión impositiva siga funcionando como hasta ahora, y que el flujo de dinero que va del erario a las empresas privadas sirva para mantener los privilegios del llamado “complejo militar-industrial y los satélites que se mueven en la órbita de su conjunto. El actual complejo es una red amplia, como un cáncer formado por numerosos nodos: los militares, la clase política, sectores industriales, financieros, sindicatos, organizaciones terno-científicas, universidades y una mirada de accionistas privados y públicos.
Aunque los gastos del Estado son un exceso —se miren por donde se miren— no es lo mismo gastar en sostener este dispendio que en inversiones socialmente útiles. La industria de guerra es improductiva por mucho que se empeñen en decir que la industria militar repercute positivamente en diversos usos civiles. Nos enfrentamos a una creciente militarización de la economía, a una extensa red que coopta el gasto, genera Deuda Pública y obliga a que queden subordinadas las demás necesidades. La Defensa se está privatizando, y no hace falta pensar exclusivamente en las compañías de seguridad privadas (como Segur Ibérica) que custodian los atuneros en el Índico. Se está privatizando con el dinero de las arcas del Estado, para que un exiguo grupo de empresas (las cuatro que se llevan el 80% son EADS, Santa Bárbara Sistemas, Navantia e Indra) sientan cuán rentable es la industria militar. Reciben dinero para empezar a funcionar, a devolver (si es que lo devuelven –pensemos en los 37.000 millones de deuda de los llamados Programas Especiales de Armamento) sin intereses (para ellos, pues el dinero nunca es gratis –aunque ya lo hayamos pedido– y los intereses que no se les cobra a las empresas se contabiliza como déficit, tarde o temprano Deuda Pública) cuando hayan terminado la producción (a la que imputan sobre costes por las razones más espurias), y con la garantía de que el comprador –el Estado– siempre va a satisfacer las demandas de los militares y de las policías, para que la fiesta no pare. Cuidado con nuestros impuestos se financia el Gasto Militar, que nunca da abasto; al gastar más de lo que le encomiendan, genera déficit; para financiar el déficit se emite Deuda Pública; solicitamos dinero que nos prestan los mercados u otros Estados que está sujeto a unos intereses –ahora muy altos, pues el Estado está cerca de ser considerado una basura–, por lo que debemos el dinero prestado y los intereses; para pagar los intereses de estos préstamos tenemos que pedir más préstamos, y así hasta la suspensión de pagos, pues, ¿qué es el Estado sino una empresa? Todo para que un reducido grupo del sector privado que produce “tecnologías para la defensa”, venda a nuestro Estado (sí, es nuestro; somos quienes lo hacemos posible) y a otros Estados, que falsearán sus cuentas de Gasto Militar, generarán déficit que financiarán con Deuda Pública… ad infinitum. El déficit es condición necesaria del capitalismo, que por definición es un sistema que genera deuda; la deuda es un instrumento financiero que permite a los grandes capitales incrementar las ganancias de forma exponencial en un período de tiempo muy corto y con unas enormes garantías –el deudor es el Estado, formado por millones de contribuyentes–. La lógica del beneficio ya no está en el segmento dinero-mercancía, sino en el de dinero-dinero (prima). En estos tiempos que corren, en los que se escucha cierto ruido de sables, la lucha contra los profesionales de la violencia exige toda nuestra voluntad y determinación.
José María Domínguez