El
primer factor en la sorpresa es el sanitario. Hace décadas que los
países industrializados no sufrían una epidemia similar. La rauda
expansión mundial de la pandemia no es ajena al crecimiento
exponencial de viajes en un mundo independiente. Y no se da en un
contexto de optimismo. A diferencia de otras épocas, como la añorada
post Segunda Guerra Mundial, existe una impresión de crisis que
impregna lo cotidiano y una sensación de fin de época,
incertidumbre y agotamiento de la civilización que tensa los
nervios de todas las clases sociales.
La
crisis del coronavirus ha reabierto el debate sobre las ‘crisis’.
¿Segunda parte de 2008? ¿Repetición en un nuevo contexto de la
Gran Depresión? ¿Cuestión de semanas y vuelta a la vieja
normalidad? ¿Contingencia biopolítica por fatalidad arbitraria e
incontrolable? ¿Inaplicación del principio de precaución? El
desconcierto es enorme y la crisis poliédrica. Elaborar salidas
efectivas, y abrir caminos alternativos al abismo, requiere hacerse
las preguntas adecuadas, ser realista y no incurrir en el pensamiento
mágico.
El
capitalismo sufre una crisis de rentabilidad crónica, en la que es
incapaz de recuperar estable y suficientemente la tasa de ganancia
para poder impulsar un ciclo largo de acumulación y una nueva ‘edad
de oro’. A la destrucción del tejido productivo, provocada por la
crisis de 2008, no le ha sucedido una etapa vigorosa. La
productividad tiende al estancamiento y las tasas de crecimiento de
los principales países han sido bajas y basadas en el asalto a
nichos previamente no mercantilizados (bienes comunes y sectores
públicos) y en una desvalorización salarial sin precedentes desde
los años veinte. Las recetas aplicadas después de 2008, ante el
apalancamiento público y privado, por el FMI, el Banco Mundial, la
FED y la UE han fracasado pues se basaban en la misma lógica. Las
deudas soberanas nuevamente se han disparado y las privadas son
elevadas. Las empresas en China, la UE y Estados Unidos están
endeudadas –especialmente el mar de pymes zombies–. Las maniobras
de recompra de acciones por las empresas, los ataques de los fondos
buitre, la arriesgada especulación de los inversores
institucionales, el incontrolado reparto de dividendos y las fugas de
capitales han llevado al caos. ¿Cómo es posible que, pese al
aumento de la masa de beneficios y su mayor peso en la renta, la
lógica de acumulación capitalista esté en crisis? Quizás porque
desde 2008 la política económica se ha limitado a preservar el
valor de los activos financieros mientras ve decrecer la tasa de
beneficios.
¿Para
qué, pues, jugarse el tipo? Para que las personas todas, sin
denominación de origen, sean la medida de todas las cosas. Para que
la salud sea un derecho positivo inalienable en el marco de una
Sanidad con mayúscula, pública, gratuita, universal, competente y
dotada. Para que la crisis económica derivada del impacto de la
epidemiológica no se convierta en otra pandemia social. Para que los
derechos y libertades sean los valores insoslayables que informen una
democracia que haga honor a su nombre. Para que los cuidados y los
respetos de tod@s y para tod@s se la ley suprema de la comunidad.
Para que las generaciones futuras no hereden un planeta devastado por
la codicia de imperativas empresariales, financieras, comerciales o
estatales. Para que ningún ser humano carezca de lo necesario.
Sencillamente: para que podamos mirarnos al espejo sin avergonzarnos.
Cambiar el Mundo, recuperar la Vida.
La
Renta Básica Universal necesita un retorno al estado. Sin una mínima
intervención y planificación económica no tiene sentido poner en
marcha una renta básica. Es curioso como las palabras
“planificación” e “intervención” económica producen un
miedo terrible en el subconsciente de la gran mayoría de la gente y
cómo hemos asumido que planificar la economía genera pobreza y
subdesarrollo.
Un
escenario de renta básica, por tanto, precisa de un nuevo pacto
social que equilibre la balanza hacia el otro lado. Producir el
acuerdo de que ninguna persona puede ser excluida de los beneficios
producidos por la sociedad. Esto requerirá, de primeras, una reforma
fiscal que, entre otras medidas, persiga de forma efectiva la evasión
y ilusión de impuestos (que paguen los impuestos que huyen los más
ricos); una recuperación de sectores estratégicos por parte del
sector público; y una batería de nuevos derechos sociales y
blindaje de los ya existentes; abrir un proceso constituyente
empezando por eliminar la estabilidad presupuestaria del artículo
135, y volver
a plantear (que
no romper)
la relación con la UE. Pero esto son otras cuestiones que hay que
tratar aparte.