domingo, 27 de enero de 2019

Doctrina McCarthy

Sin ningún género de dudas, la irrupción del senador Joseph McCarthy en el panorama político de los EEUU supuso un verdadero cataclismo para la cultura y la vida artística del Imperio. Ya, desde los últimos compases de la Guerra Mundial, la paranoia anticomunista se había instalado en la agenda política de las élites de Washington. Una paranoia fomentada por el denominado Comité de Actividades Antiamericanas, formado en el seno de la Cámara de Representantes para combatir el nazismo en 1938, y que acabó siendo utilizado para cercenar los derechos civiles de miles de ciudadanos.
Cada vez que hay elecciones se siembra la duda de la limpieza en el proceso electoral, y nunca los organismos internacionales han considerado que se haya saltado las normas, es más ni siquiera la oposición venezolana ha podido tildar de fraudulentas ninguna de las elecciones a las que se han presentado, y en los últimos comicios decidieron no presentarse oliendo una nueva derrota ante Nicolás Maduro. No nos engañemos, a la derecha venezolana no le importa el pueblo venezolano, su único interés es volver a privatizar los pozos petrolíferos para ponerlos en manos de las empresas estadounidenses y que puedan seguir expoliando el país. El águila imperial cierra sus garras en Latinoamérica, una revitalizada “Doctrina McCarthy” que ya ha expulsado del tablero a Brasil, que lo intentó con Ortega y ahora de nuevo lo pretende hacer con Venezuela, todo ello bien aderezado con la propaganda occidental.
En Venezuela, el “Torquemada” yanqui invirtió las reglas del juego. En vez de crear primero las condiciones institucionales mínimas que permitieran designar al fantoche, comenzó construyendo la cúpula de la pirámide. El resultado es un desastre de la teoría y de la práctica política. En vez de un gobernante fantoche tenemos en Venezuela un mamarracho al cual ni el policía de la esquina hace caso. Guaidó es un gobernante sin gobierno. No controla aspecto alguno de la vida venezolana. El aparato administrativo, los servicios públicos, las comunicaciones, el presupuesto nacional, la policía, las fuerzas armadas, el espacio territorial, marítimo y aéreo, todo en suma, está bajo las órdenes del presidente constitucional de la república, Nicolás Maduro.
Duele ver que entre esos perritos se encuentre el gobierno de Chile que en el pasado tuvo una política internacional honorable y apegada a los deberes de la hermandad latinoamericana y al respeto al principio de no intervención. Al gobierno del presidente Piñera -y de su amanuense en Relaciones Exteriores, el tránsfuga Ampuero- le faltó la altura de miras del presidente conservador Jorge Alessandri Rodríguez que en 1962 hizo lo posible por impedir la expulsión de Cuba de la OEA. Chile fue uno de los pocos gobiernos que se abstuvo de secundar la maniobra de EE.UU.
No necesitas ser fan de Nicolás Maduro para oponerte al golpe de Estado. Puedes desconfiar del actual presidente de Venezuela e incluso aborrecer la revolución bolivariana iniciada en 1999 por Hugo Chávez y al mismo tiempo ser un demócrata y considerar que si Venezuela quiere cambiar de gobierno tendrá que decidirlo en las urnas. ¿Por qué no? Y es que a pesar de todas tus reservas políticas hacia el gobierno venezolano, pese a sus sombras y excesos, ni Venezuela es una dictadura ni Juan Guaidó el presidente legítimo de otra cosa que no sea la república independiente de su casa. Llamemos a las cosas por su nombre. En Venezuela está en marcha un intento de golpe de Estado apoyado por el presidente norteamericano Donald Trump. El golpismo ha vuelto a América Latina y parece que viene para quedarse. El siglo XXI ya ha visto el éxito de tres “golpes blandos” en Paraguay, Honduras y Brasil dirigidos contra mandatarios progresistas, así como otros muchos fallidos en la mayoría de los países en los que en este siglo se han ido formado gobiernos con una clara voluntad de redistribuir la riqueza y afirmar su soberanía nacional frente a los EEUU. Un golpismo postmoderno más estético y presentable que las juntas militares de los años 70, al estilo de Pinochet o Videla, pero que igualmente puede terminar en un baño de sangre si la comunidad internacional no se moviliza activamente por una solución pacífica y negociada del conflicto. No es la primera vez en la moderna historia de Venezuela que la Casa Blanca reconoce a un presidente, como Pedro Carmona, el 11 de abril del 2002, que apenas duró 47 horas en el gobierno y terminó preso.
Una “solución” militar requeriría un impopular envío de tropas norteamericanas a Venezuela, en momentos en que en la Cámara de Representantes cobra fuerza el proyecto de someter a Trump a un juicio político.
Sé olvidaron  que esas negociaciones realizadas con éxito por José L. Rodríguez Zapatero en los diálogos que tuvieron lugar en Santo Domingo y que al momento de estampar con su firma los trabajosos acuerdos logrados los representantes de la “oposición democrática” venezolana se levantaron de la mesa y dejaron al español con su pluma fuente en la mano. Es que recibieron una llamada de Álvaro Uribe, habitual mandadero de la Casa Blanca, transmitiendo la orden de Trump de abortar el proceso.
Hoy Donald Trump ha exportado la “Doctrina McCarthy” a la América Latina, como si su de su territorio de EE.UU, se tratara, cercenando los derechos de millones de Latinos Americanos 

domingo, 13 de enero de 2019

AQUELLOS POLVOS, ESTAS TEMPESTADES



El espléndido realismo del ‘divide y vencerás’ ha quedado obsoleto y superado por el fétido hiperrealismo del ‘multiplica y derrotarás’. El enemigo no existe, sólo más de lo mismo, multiplicado hasta el infinito. El sabor dulce de la victoria no es nada frente a la fascinación de ahogar, humillar y derrotar al diferente, al virus, al que no es sino  lo mismo. Las identidades y las diferencias quedan reducidas a un juego de simulaciones infinitesimales, de cambios, de estupideces máximas. Poco importa ya que Marx tuviera razón, que en realidad capitalismo y democracia sean incompatibles, puesto que en la hiperrealidad no rigen ni la lógica formal ni las relaciones causa-efecto, basta con que haya muchas opciones para elegir y que todos puedan verlas, nada más. Así entre capitalismo y democracia hay una unidad indisoluble.
Así, la opción no es dividir a la izquierda, algo histórico en ella. Cuando la excepcionalidad del momento hace que incluso separada pueda gobernar, la opción es multiplicar las derechas (que el postre mantendrán la unidad con los pactos dobles, triples y teatrillos parlamentarios que sean necesarios: más de lo mismo). Y como ave fénix ha resucitado de sus cenizas el franquismo. En la esfera real toda exhumación no significaría más que un mero traslado de restos óseos. En la esfera hiperreal remover las cenizas es una auténtica resurrección y no fantasmal, sino terrorífico. El miedo nos hace huir del peligro, el terror nos abraza a él.
En los últimos diez años de fuerte deterioro de los derechos sociales, que son las que han producido la gigantesca abstención que ha permitido el triunfo de lo que llaman “las derechas” en las últimas elecciones, ni inviten a la más mínima autocrítica. No se puede luchar contra los lodos de ahora (la aparición electoral de la ultraderecha y la mayor derechización de la derecha dura) sin denunciar aquellos polvos (no solo de la Transición sino también de los cuarenta años siguientes) que produjeron los grandes partidos de izquierda. Para construir, o reconstruir, una verdadera izquierda andaluza, aunque sí ha sido el pesebre en que se ha alimentado (no solo económicamente) mucha gente y gran parte de las “personalidades” autoproclamadas progresistas. Lo siguiente, no separar luchas sociales por la defensa de derechos con lucha nacional andaluza por el reconocimiento de nuestro derecho colectivo a decidir por nosotros mismos (entre otros objetivos, para que no ocurra, como ahora, que el futuro de nuestras instituciones políticas se negocie y decida en Madrid). El poco más del 6% sobre el censo electoral que ha conseguido Vox justificaría, supuestamente, tocar a rebato por lo que llaman “emergencia democrática”. Sin duda, hay que defender los derechos ya conquistados y denunciar la derechización general de partidos e instituciones. Pero sin hacer de esta defensa el único objetivo político ni suspender otras luchas por ampliar esos mismos y otros derechos, hay una lógica, infra lógica, instintiva, inconsciente, más poderosa y fundamental que la híper-lógica. Es la lógica caciquil: más de lo mismo, pero de lo peor, sin simulacros, áspera, machista, sin obediencias simuladas, más bien serviles, castradas.
Apoyo a la educación diferenciada, medidas contra el aborto, creación de una consejería de Familia, deportación de inmigrantes, derogación de la ley de memoria histórica… estas son algunas de las joyas incluidas en el pacto entre PP y VOX que abren las puertas de la Junta de Andalucía a los Populares. El acuerdo entre nostálgicos del franquismo y fans del mismo, junto a otro pacto tangencial con C’s (que no ha querido mancharse las manos, pero sí pillar parte del pastel) conformarán en tripartito de derechas que gobernará Andalucía durante los próximos años. Los Populares, tras usar el cordón sanitario a la extrema derecha que recomendaba Europa como tanga para la noche de amor que han consumado Casado y Abascal, aseguran que han conseguido llegar a un acuerdo tras una ardua negociación.
La más terrorífica de las noches ha llegado, esperemos y confiemos que esta noche aterradora se quede en los confines del An-dalus que no sea extrapolada al resto de las nacionalidades ibéricas. Nunca ha tenido tanto poder de decisión la abstención, por mostrar una  disconformidad a unas listas, han caído en una tormentosa y borrascosa noche, donde casi todo el resto del Estado (aunque no se sea creyente) se oye el siguiente rezo “Virgencita que me quede como estoy”