Uno de los mitos económicos que con mayor éxito se han difundido siempre es el que vincula la mayor competencia con los intereses de las empresas y su defensa con la práctica de las derechas, mientras que a los trabajadores y a sus representantes, sindicatos o partidos de izquierdas, se les achaca el querer siempre vivir a expensas del Estado y de las rentas que generan los demás. Nada más lejos de la realidad, afirmar que las clases trabajadoras son los grupos sociales parasitarios que viven de los demás es un mito sin fundamento: son las grandes empresas y fortunas y los bancos quienes han asaltado los Estados y conquistado el poder que les permite vivir de rentas y no de la innovación y el riesgo. La colusión y los acuerdos para acabar con la competencia son la regla precisamente porque esta es el mayor enemigo de las empresas que solo buscan ganar cada vez más dinero, puesto que allí donde hay más competencia los precios son más bajos y no se disfruta de beneficios extraordinarios. Por eso, las absorciones, las fusiones, los cárteles, los holdings… las diferentes formas de concentración y centralización del capital han sido siempre el hilo conductor del capitalismo y no hay un sector económico consolidado en donde la lógica imperante no sea la de cada vez menos empresas dominando el mercado. Mercado sí, pero sin competencia y bien protegido por las normas que el Estado promulgue al dictado de la gran empresa o de la banca.
Son las grandes
empresas, los bancos y las grandes fortunas que se generan en su entorno
quienes han asaltado los Estados y conquistado el poder que les permite vivir
de rentas y no de la innovación y el riesgo, protegerse con normas y leyes que
ellos mismos escriben y apropiarse de la riqueza de otros, limpiamente unas
veces y corruptamente las más, como desgraciadamente estamos viendo día a día.
No puede negarse, sin embargo, que si el mito se ha difundido hasta la saciedad
es en cierta medida porque buena parte de las izquierdas y de la representación
de las clases trabajadoras han tenido históricamente una evidente confusión
sobre la realidad que hay detrás del capitalismo. Lo han vinculado
equivocadamente con el mercado y no han sabido apreciar que, aunque parezca una
paradoja, la competencia y la eficacia en la generación de riqueza son y deben
ser perfectamente compatibles con la solidaridad, con el bienestar colectivo e
incluso con la cooperación.
El FMI declaro: “la
parte del trabajo en la disminución de los ingresos, cuando los salarios crecen
más despacio que la productividad, o la cantidad de producción por hora de
trabajo. El resultado es que una fracción cada vez mayor de las ganancias de la
productividad ha estado yendo al capital. Y como el capital tiende a
concentrarse en los extremos superiores de la distribución de los ingresos, la
disminución de la parte de los ingresos del trabajo tiende a aumentar la
desigualdad de ingresos”.
En cuanto a la
sustitución acelerada de trabajadores por máquinas, gracias a los robots y la
inteligencia artificial, lo que parece estar sucediendo es que las empresas más
eficientes, de alta tecnología están creciendo rápidamente, dejando atrás a las
empresas ineficientes que utilizan más mano de obra. Estas empresas menos
eficientes pierden cuotas de mercado y comienzan a emplear menos trabajadores
también. Esa es más o menos la tendencia en la acumulación capitalista desde
una perspectiva marxista, por lo que no debería sorprender. De hecho, el
informe del FMI respalda este punto de vista: “En las economías avanzadas,
aproximadamente la mitad de la disminución de la participación del trabajo se
puede atribuir al impacto de la tecnología. La disminución fue impulsada por la
combinación de un rápido progreso en la tecnología de la información y las
telecomunicaciones, y una alta proporción de trabajos que podrían ser
fácilmente automatizados”. En la teoría económica marxista. Marx lo explicó de
manera diferente a la teoría económica de su tiempo. La inversión en el
capitalismo se lleva a cabo con fines de lucro, no para aumentar la producción
o la productividad como tal. Si no se puede aumentar el beneficio lo
suficientemente mediante más horas de trabajo (es decir, más trabajadores y más
horas) o intensificando los esfuerzos (velocidad y eficacia – tiempo y
movimiento), la productividad del trabajo sólo puede aumentarse entonces con
mejor tecnología. Por lo tanto, en términos marxistas, la composición orgánica
del capital (la cantidad de maquinaria e instalaciones en relación con el
número de trabajadores) se elevará secularmente. Los trabajadores pueden luchar
para mantener la mayor cantidad del nuevo valor que han creado como parte de su
‘compensación’, pero el capitalismo sólo invertirá para crecer si esa
participación no se eleva tanto que hace que la rentabilidad del capital caiga.
Por lo tanto, la acumulación capitalista implica una caída tendencial de la
participación del trabajo, o lo que Marx llamaría una tasa creciente de
explotación (o plusvalía). Y sí, todo dependerá de la lucha de clases entre el
capital y el trabajo por la apropiación del valor creado por la productividad
del trabajo. Y está claro que el trabajo ha ido perdiendo la batalla, sobre
todo en las últimas décadas, bajo la presión de las leyes anti-sindicales, el
fin de la protección del empleo y la contratación fija, la reducción de
beneficios sociales, un creciente ejército de reserva de desempleados y
sub-empleados gracias a la globalización de la fabricación industrial. Pero no
se trata de la dominación de los monopolios como tal, sino del dominio del
capital. Si, el capital se acumula a través de una mayor centralización y
concentración de los medios de producción en manos de unos pocos. Esto asegura
que el valor creado por el trabajo sea apropiado por el capital y que la
proporción destinada al 99% se reduzca al mínimo. Pero no se trata de que los
monopolios sean una imperfección de la competencia perfecta, como quiere
Krugman: es el monopolio de la propiedad de los medios de producción por unos
pocos. Ese es el funcionamiento real del capitalismo, con todos sus defectos.
Esta sin razón del
capitalismo, nos lleva un hecho real que han reconocido el actual gobierno en
Bruselas, El Fondo de Reserva de la Seguridad Social, conocido como «hucha» de
las pensiones, ha pasado de contar 66.815 millones que dejó Zapatero en 2011 a
los 15.915 millones en los que acabó el año pasado. Una cantidad que no llega
para pagar las dos pagas extras de los pensionistas de este año. El Gobierno
del PP quiere evitar a toda costa el titular de que ha vaciado la “hucha” y por
eso en los Presupuestos de 2017, el Ejecutivo incluyó un crédito extraordinario
a la Seguridad Social de hasta 10.192 millones de euros para pagar las
pensiones. Hoy el conjunto de las Nacionalidades Ibéricas tenemos un problema añadido
al del capital, un gobierno corrupto que navega en favor del mismo en contra de
todo el estamento de los trabajadores. A este gobierno es hora de plantarnos en
la calle y decirle:
Adiós, por siempre adiós