En un artículo de 1925, Keynes exclamaba:
"¿Cómo
puedo admitir una doctrina que convierte en Biblia, sustrayéndolo a
cualquier crítica, a un volumen caduco de economía política, que no sólo
es falso desde un punto de vista científico, sino que ni siquiera tiene
ningún interés, ninguna aplicación posible en el mundo actual?" 1/. Más recientemente, Jonathan Sperber, autor en 2017 de una biografía de Marx
2/, se muestra igual de categórico:
"En
la obra de Marx se encuentran pocas cosas que interesen a las
tendencias de la economía o de la teoría económica de final del siglo
XIX y del siglo XX." Pero otros piensan, por el contrario, que las
aportaciones de Marx no están caducadas y que siguen siendo una
referencia fecunda para la comprensión del capitalismo contemporáneo.
Aún situándose en continuidad con los clásicos (de Adam Smith a David
Ricardo), la obra de Marx introduce una ruptura y deduce de su enfoque
crítico conclusiones peligrosas para el orden establecido. Hacía falta
pasar de la economía política a la ciencia económica y bifurcar hacia
otro paradigma, por las razones claramente expuestas por John Bates
Clark: "Los trabajadores, se nos dice, son permanentemente desposeídos
de lo que producen [...] Si esta acusación tuviera fundamento, cualquier
persona dotada de razón debería hacerse socialista, y su voluntad de
transformar el sistema económico expresaría su sentido de la justicia".
Por tanto, hay que "descomponer el producto de la actividad económica en
sus elementos constitutivos, para ver si el juego natural de la
competencia lleva o no a atribuir a cada productor la parte exacta de
riquezas que contribuye a crear"
3/. Es la teoría del reparto, dominante hoy día.
En el libro II de
El Capital, Marx expone sus esquemas de la reproducción
4/
distinguiendo dos grandes secciones: la sección I que produce los
bienes de inversión y la sección II que produce los bienes de consumo.
Describe las condiciones de reproducción, dicho de otra forma las
relaciones que deben existir entre la producción de las empresas y sus
mercados. Estas relaciones se expresan en valor de cambio, pero Marx
insiste también en que la estructura de esta oferta debe corresponder a
la demanda social en términos de valor de uso. Este enfoque de Marx está
inspirado evidentemente en el famoso
Tableau économique de François Quesnay
5/ que era, según decía, una "exposición tan simple como genial para su tiempo"
6/.
Aunque no partía de cero (podrían citarse también a Steuart
7/ o Sismondi
8/
entre sus fuentes de inspiración), se puede sostener que Marx es el
fundador de la macroeconomía moderna. Así lo reconocía la keynesiana de
izquierda Joan Robinson, por lo demás severa crítica de Marx: "Partir de
Marx habría ahorrado [a Keynes] muchos problemas"
9/.
Incluso Paul Samuelson, blanco favorito de Joan Robinson y también
crítico caustico de Marx, lo reconocía así: "Todos habríamos ganado si
hubiéramos estudiado antes los cuadros de Marx"
10/.
Las finanzas vistas por Marx
Pero el mejor homenaje es el de Wassily Leontief, en 1937: "[Marx] ha
desarrollado el esquema fundamental que describe las relaciones entre
las ramas de los bienes de consumo y de los bienes de equipamiento.
Aunque no ha cerrado la cuestión, el esquema marxista sigue
constituyendo una de las raras proposiciones sobre las que existe un
amplio consenso entre los teóricos del ciclo económico." Y añade: "El
análisis contemporáneo del ciclo económico se debe claramente a la
economía marxista. Sin plantear el tema de la prioridad, no sería
exagerado decir que los tres volúmenes de
El Capital han ayudado más que cualquier otro trabajo a poner esta cuestión en el centro del debate económico"
11/.
Uno de los ingredientes de la crisis actual es la creencia de que las
finanzas son una fuente autónoma de valor. Esto no es nada nuevo: "Para
los economistas vulgares que intentan presentar al capital como fuente
independiente del valor y de la creación de valor, esta forma es
evidentemente una bendición, porque hace irreconocible el origen de la
ganancia y otorga al resultado del proceso de producción capitalista
-separado del proceso mismo- una existencia independiente" (
El capital, Libro II, capítulo 24).
Desempleo y ejército de reserva
Este tipo de ilusión sólo es posible si se apoya en una teoría
aditiva del valor, en la que la renta nacional se construye como la suma de las remuneraciones de los diferentes
factores de producción. La teoría marxista por el contrario es
sustractiva:
las formas particulares de ganancia (intereses, dividendos, rentas,
etc.) son punciones de una plusvalía global cuyo volumen está
predeterminado. No puede
enriquecerse durmiendo más que sobre la
base de esta punción operada en la plusvalía global, de manera que el
mecanismo tiene límites: los de la explotación, que es el verdadero
fundamento de la Bolsa. La crisis significa entonces la vuelta de lo real, como una llamada al orden de esta dura ley del valor.
Desde hace cuatro décadas, el capitalismo contemporáneo se
caracteriza por la persistencia de un paro masivo y la extensión de la
precariedad. Una de las maneras de explicar esta situación es invocar la
existencia de una tasa de paro de equilibrio, calificado a veces como
natural.
Pero la "tasa de paro que no acelera la inflación" (el Nairu) es
también la que no hace bajar la tasa de ganancia. Se redescubre así "el
ejército de reserva industrial" del que hablaba Marx: "La diferente
proporción en que la clase obrera se descompone en ejército activo y
ejército de reserva, el aumento o la disminución de la sobrepoblación
relativa, el grado en que se encuentra bien comprometido, o bien
desprendido, en una palabra, sus movimientos de expansión y de
contracción alternativos correspondientes a su vez a las vicisitudes del
ciclo industrial, es lo que determina exclusivamente estas variaciones"
(
El capital, libro I, capítulo 25). Se encuentra ahí una
descripción bastante fiel de las reglas de funcionamiento de un
capitalismo que pretende aumentar la tasa de explotación manteniendo la
presión ejercida por el paro masivo sobre los salarios y a desconectar
su progresión de las mejoras de productividad.
Un capitalismo mundializado
El hilo conductor del análisis de Marx es que "la base [del modo de
producción capitalista] está constituida por el propio mercado mundial" (
El capital,
libro III, capítulo 20). Esta intuición fue prolongada por los teóricos
del imperialismo que mostraron que la economía mundial debía ser
considerada como un conjunto estructurado de manera asimétrica. Hoy día
la mundialización se caracteriza por mecanismos nuevos (cadenas de valor
mundiales, emergencia, etc.), pero el hecho esencial es la total
libertad de los capitales.
Un empresario, Percy Barnevik, entonces presidente del grupo
helvético-sueco ABB, definió en 2001 la mundialización como "la libertad
para mi grupo de invertir donde y cuando quiera, de producir lo que
quiera, de comprar y de vender donde quiera y tener que soportar el
menor número de obstáculos en materia de derecho laboral y de
legislación social" (citado por
Le Devoir, Montréal,
5/05/2001). Es la trayectoria contemplada por Marx: "Las leyes
inmanentes de la producción capitalista conducen al entrelazamiento de
todos los pueblos en la red del mercado universal". (
El capital, libro I, capítulo 32).
Una de las tendencias más llamativas del capitalismo contemporáneo es
la de intentar (re)transformar en mercancía lo que no es o no debería
serlo, en primer lugar los servicios públicos y la protección social.
Pero lo que el capitalismo contemporáneo querría reducir a la condición
de pura mercancía es sobre todo la propia fuerza de trabajo. El objetivo
de las reformas del mercado de trabajo es no tener que pagar al
asalariado más que cuando produce valor. Esto implica reducir al mínimo y
hacer recaer sobre las finanzas públicas los elementos de salario
socializado, remercantilizar las jubilaciones (fondos de
pensiones) y la salud (seguros privados), incluso hacer desaparecer la
noción misma de duración legal del trabajo.
Este proyecto da la espalda al progreso social, que ha pasado siempre por la desmercantilización
del trabajo. Para Marx, la extensión del tiempo libre, posible por los
progresos de la productividad, es la palanca que debería permitir que el
trabajo no sea ya una mercancía y que la aritmética de las necesidades
sociales sustituya a la de la ganancia. Es la perspectiva que esboza al
final de El Capital.
Sobre las repetidas crisis
Para funcionar de manera relativamente armoniosa, el capitalismo
necesita una tasa de ganancia suficiente y mercados. Pero con una
condición suplementaria que afecta a la forma de estor mercados: deben
corresponder a sectores susceptibles, gracias a las mejoras de
productividad inducidas, de hacer compatible un crecimiento sostenido
con una tasa de ganancia mantenida. Desde este punto de vista se puede
analizar el paso del capitalismo de su fase fordista a su fase neoliberal, caracterizada sobre todo por este hecho estilizado 12/: la tasa de ganancia se ha restablecido, pero a ella no han seguido ni la tasa de acumulación ni la productividad.
El actual estancamiento del capitalismo en una fase depresiva
proviene de una desviación creciente entre la transformación de las
necesidades sociales y el modo capitalista de reconocimiento y de
satisfacción de estas necesidades. Pero esto implica que el perfil
particular de la fase actual moviliza, sin duda por primera vez en la
historia del capitalismo, los elementos de una crisis sistémica.
Este análisis nos lleva al nivel más fundamental de la crítica
marxista. Según Marx, el capitalismo es un sistema injusto (explotación)
e inestable (crisis). Pero es también, llegado a cierto punto, un
sistema que aparece como irracional, a causa de los mismos éxitos que le
han permitido su propio modo de eficacia.
La posibilidad de otro cálculo económico
El enfoque marxista de la dinámica a largo plazo del capital podría
ser resumido así: la crisis es segura, pero la catástrofe no lo es. La
crisis es segura, en el sentido de que todos los arreglos que el
capitalismo invente, o que se le imponga, no pueden suprimir de forma
duradera el carácter desequilibrado y contradictorio de su
funcionamiento. Pero estos cuestionamientos periódicos que acompasan su
historia no implican en absoluto que el capitalismo se dirija
inexorablemente hacia el derrumbe final. En cada una de estas grandes crisis,
la opción está abierta: o el capitalismo es derribado, o se recupera
bajo formas que pueden ser más o menos violentas (guerra, fascismo) y
más o menos regresivas (giro neoliberal).
Por tanto, en la obra de Marx, se encuentran instrumentos útiles para
el análisis del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, la verdadera
especificidad del enfoque marxista reside en su crítica de la economía
política (éste es por cierto el subtítulo de El Capital), que
postula la posibilidad de otro cálculo económico: la humanidad debería
aspirar a maximizar (colectivamente) su bienestar en lugar de dedicarse a
la maximización (privada) de la ganancia.
Pero ocurre que el capitalismo es un sistema compacto cuyos recursos
fundamentales son invariables (más allá de sus encarnaciones concretas).
Es por tanto difícilmente reformable, y aún más porque hoy día tiende a
recrear las condiciones de un funcionamiento puro que se opone
frontalmente a la satisfacción de las necesidades sociales y a la
gestión de los desafíos ambientales. Se plantea entonces la cuestión de
un cuestionamiento radical de este funcionamiento.