sábado, 22 de septiembre de 2018

NI SE COMPRA, NI SE VENDE ¡LA ETICA!



¿Por qué resulta más barata la comida basura que una dieta saludable? Los procesos industriales, la globalización y, más en concreto, el capitalismo, han dado pie a que esto ocurra. No se necesita que las personas trabajadoras estemos sanas, sólo que nos alimentemos con cualquier cosa para seguir produciendo y no desfallecer. Lo justo para que tampoco colapsemos de enfermedades crónicas una sanidad cada vez más infra financiada. Podríamos hablar también de los zumos envasados o la leche; de los abusos de toda la cadena industrial de producción agrícola, pesquera o ganadera; de las cantidades de azúcar en cereales, galletas o artículos dirigidos a los más pequeños… únicamente para redundar en la cuestión de cómo se produce y se consume bajo el capitalismo, un sistema tóxico con la vida y el medio que no tiene problemas en envenenar a la mayoría de la población con tal de mantener los beneficios de unos pocos. Nos venden basura con apariencia de comida sana a bajo precio para que llenemos el estómago y, desde los legisladores a los supermercados pasando por cada uno de los intermediarios de esta cadena, todos contribuyen a mantener la industria funcionando. Salimos perdiendo los productores primarios, los trabajadores de las empresas intermediarias y la gran mayoría de consumidores. En definitiva, salimos perdiendo toda la gente trabajadora, una mayoría de la sociedad atenazada por la pinza que generan los bajos salarios y el alto costo de comer algo que no sea basura. Comer en restaurantes, especialmente aquellos de comida barata que frecuentamos la mayoría de personas trabajadoras (como pizzerías, hamburgueserías de comida rápida, restaurantes chinos u otros establecimientos similares) no mejora las perspectivas. Y lo mismo ocurre al adquirir alimentos precocinados y otros ultra procesados. ¿Cómo es posible comprar una hamburguesa o una lasaña de carne por sólo 1€? Lo es porque, aparte de elaborarse y servirse gracias al trabajo ultra precario, suelen contener más basura disfrazada que alimentos reales. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda reducir el consumo de estos alimentos, ya que existen estudios científicos que han relacionado el consumo de carnes procesadas (como son también el beicon, las salchichas, la mortadela y el choped o los nuggets, entre otras) con un mayor riesgo de sufrir cáncer o enfermedades cardiovasculares. Cuando entramos en los supermercados es recorrer pasillos repletos de productos anteriormente conocidos como comida, especialmente si nuestro presupuesto es limitado. La gran mayoría de alimentos son una mezcla poco saludable de azúcares, aceites de muy baja calidad (palma, colza), conservantes, almidón, agua y saborizantes, a esto nos enfrentamos los trabajadores todos los días, nos engañan en nuestros sueldos y también nos engañan en los alimentos que vamos a comprar.
El capitalismo tiende a mercantilizar cualquier ámbito de la vida y absolutamente todo acaba siendo susceptible de ser comprado y vendido. Los mercados han conseguido que la ética, la conciencia, la moral, la crítica, la justicia e incluso la transformación social se compren y se venda. La compra de un producto ya no se guía sólo por criterios racionales (que definen si el producto satisface mis necesidades), criterios económicos (que definen si el producto ofrece buena relación calidad/precio), o criterios simbólicos (que definen si el producto me hace feliz), sino también por supuestos criterios éticos (que nos hacen percibir que el producto es bueno para el mundo). Así, el referente moral del mundo occidental se desplaza hacia los mercados. El marketing ofrece profecías verdes deseosas de tener fieles consumidores que creamos salvar el mundo. La mercancía se ha convertido en un fetiche capaz de resolver los problemas de conciencia del consumidor. La exigencia del consumo ético hace que se materialice en los propios productos una cualidad moral redentora. Los profesionales del marketing tradicional siempre defendieron que a los productos se les pueden asociar valores semejantes a los de los individuos, pero difícilmente llegaron a imaginar que se les podía asignar moralidad.
El comercio ético permite consumir con la sensación de estar resolviendo problemas medioambientales o sociales. Con ello, ahora no hace falta dejar de ser consumidor para sentir el calor de ser altruista con la sociedad. El consumo ético se presenta como herramienta para solucionar problemas que hasta ahora se abordaban mayoritariamente desde fuera de los mercados La ética ha sido mercantilizada. Por eso hoy la ética también está en los mercados se compra y se vende, nada más lejos de la realidad. LA ETICA NO PUDE SER UNA MERCANCIA, NI SE COMPRA NI SE VENDE.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Allende



De más allá de la  justicia, se dice, porque Allende fue un hombre extraordinario de América. Un socialista sin renuncios, un antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar. Cuando Cuba padecía de un aislamiento casi completo y el Che iniciaba su última campaña en Bolivia Allende asumió nada menos que la presidencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) para apoyar a la Isla rebelde y al Comandante Heroico. Era por entonces Senador por su partido, y ya entonces fueron muchas las voces que se alzaron para reprocharle por su incondicional apoyo a la isla caribeña y a la insurgencia que brotaba no sólo en Bolivia de la mano del Che sino en casi toda América Latina.  Numerosos testigos españoles vivieron  la campaña de difamaciones, agresiones, insultos y escarnio que se descargó en su contra. El diario El Mercurio, una de las expresiones más indignas del periodismo latinoamericano –en realidad, no es periodismo sino propaganda y nada más- lo atacaba a diario en sus páginas políticas y en sus opiniones editoriales, invariablemente acompañadas por una caricatura que reproducía al líder socialista en la carta del rey (K) en el naipe de póquer, la mitad superior empuñando una metralleta y sosteniendo en sus manos la campana de Senado en la mitad inferior. El mensaje era clarísimo: Allende no era sino un guerrillero castrista que se había puesto la piel de cordero de un demócrata y que desde su posición en el Senado engañaba a chilenas y chilenos. Allende fue el precursor del “ciclo de izquierda” que conmovió América Latina (y el sistema interamericano) hasta sus cimientos a partir de finales del siglo pasado. Las experiencias vividas en Venezuela con Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa, en Bolivia con Evo Morales en donde se recuperaron los recursos naturales tienen en el gobierno de Allende un luminoso precedente en la nacionalización de la gran minería del cobre en manos de oligopolios norteamericanos, en la nacionalización de la banca, la expropiación de los principales conglomerados industriales y la reforma agraria. Teniendo en cuenta las condiciones de esa época, comienzos de los años setenta, lo que hizo el gobierno de la UP fue una proeza en un país rodeado de dictaduras de derecha y atacado con saña por Estados Unidos.
Según la documentación de la CIA, el 15 de Septiembre de 1970, pocos días después de las elecciones, el Presidente Richard Nixon convocó a su despacho a Henry Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, Director de la CIA y a William Colby, su Director Adjunto, y al Fiscal General John Mitchell a una reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir en relación a las malas nuevas procedentes desde Chile. En sus notas Colby escribió que “Nixon estaba furioso” porque estaba convencido que una presidencia de Allende potenciaría la diseminación de la revolución comunista pregonada por Fidel Castro no sólo a Chile sino al resto de América Latina. En esa reunión propuso impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso y que inaugurara su presidencia. El mensaje tomado por Helms, a su vez, expresaba con claridad la visceral mezcla de odio y rabia que el triunfo de Allende provocaba en un personaje de la calaña de Nixon. Según Helms, sus instrucciones fueron las siguientes: “una chance en 10, tal vez, pero salven a Chile”; “vale la pena el gasto”; “no involucrar a la embajada”; “no preocuparse por los riesgos implicados en la operación”; “destinar 10 millones de dólares para comenzar, y más si es necesario hacer un trabajo de tiempo completo.”; “Mandemos los mejores hombres que tengamos.”; “En lo inmediato, hagan que la economía grite. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile;” “En 48 horas quiero un plan de acción.”  Y eso fue lo que ocurrió, desde el asesinato del general constitucionalista René Schneider hasta el reclutamiento de grupos paramilitares cuyas acciones terroristas eran adjudicadas a fantasmales brigadas de izquierda, mismas que la prensa canalla de la época, con El Mercurio a la cabeza, propagaba con fervor para alimentar la creencia de que el triunfo de la Unidad Popular era sinónimo de caos, destrucción y muerte en Chile. Pero la intervención de Estados Unidos contemplaba también presiones diplomáticas, el desabastecimiento programado de artículos de primera necesidad para fomentar el malhumor de la población, la organización de sectores medios para luchar contra el gobierno (caso del gremio de camioneros, entre los más importantes) y la canalización de enormes recursos para financiar a los revoltosos y atraer a la oficialidad militar a la causa del golpe.
Días atrás, el 4 de Septiembre, para ser más precisos, se cumplieron 48 años del triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de Chile de 1970. Con el paso de los años se comprueba, con dolor, que su figura no ha cosechado la valoración que se merece mismo dentro de algunos sectores de la izquierda, dentro y fuera de Chile.
Tengo la debilidad de pensar que la memoria no necesita museos. Miles de Chilenos arrojados a la calle, a los campos de concentración o a las celdas de castigo, guardan un recuerdo imperecedero del día en que sus vidas fueron destruidas por un poder demencial de odio y de dominación irracional. Las consecuencias, como la memoria, no se borran con una supuesta “Reconciliación”. El calendario de 2018 tiene la misma distribución de días que el de 1973, aparente coincidencia que para los numerólogos tendrá diversos significados. Para mí, solo la dolorosa precisión de aquellas jornadas aciagas que comenzaron el martes 11 de septiembre de 1973, bajo el fatídico signo de Marte, el dios de la guerra y la desolación.
Pero hay heridas que no se cierran, menos cuando una sociedad pretende mantener o consolidar sus dudosos valores esparciendo la ceniza del olvido sobre sus hijos asesinados, mientras propicia la impunidad de los criminales y niega las constantes felonías del poder de turno, postulando una conciliación falsa, que no es otra cosa que la hipocresía con que reviste y disfraza sus caducas instituciones, casi todas ellas vueltas hoy gigantes con pies de barro, plagadas de escándalos y corrupción que desnudan sin tapujos el sistema enfermo e inhumano que un médico socialista, inmolado en su mandato obtenido en las urnas, quiso cambiar hace cuarenta y cinco años.