El capitalismo,
debido a que su motor es el incansable afán de lucro y su resultado la concentración
de la riqueza, es el impulsor tanto del cambio climático como de la desigualdad
global. Como observó Marx, tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza, la naturaleza
y los seres humanos. Ninguna reforma o regulación del capitalismo ha sido el
resultado de una conferencia de ricos que decidieron actuar en base a sus
conciencias. Todo cambio ha sido forzado desde abajo, por la revuelta popular y
por el poder de la organización de la clase trabajadora. Muchos de los
manifestantes que se han manifestado en contra del G7, y se han enfrentado a
una persecución policial totalmente injustificada por hacerlo, entienden esto.
El propósito de las protestas no es cambiar la mentalidad de los ricos, sino
movilizar las fuerzas que puedan enfrentarse a ellos. Estos «líderes mundiales»
no nos representan a nosotros ni a nuestros intereses. Todo el movimiento
sindical debería tener claro eso a medida que la corte estadounidense se
traslada esta semana de Cornualles a Bruselas, del G7 a la OTAN, es decir, de la
economía de la supremacía de Washington a su aplicación por el poderío militar.
La electricidad, como
bien común, tiene que dejar de estar de inmediato bajo el control de un
oligopolio que, además de contaminar y destruir el territorio, nos chupa la
sangre. El nuevo modelo debería ser uno que conjugue una empresa pública que
garantice en todo momento el suministro, especialmente dando solución al futuro
problema del almacenamiento, con toda una red de cooperativas comunitarias que
produzcan de manera distribuida, cerca de donde se consume, y sobre todo, bajo
propiedad de la comunidad. En lugar de destinar miles de millones a seguir
subvencionando a empresas como Endesa, Iberdrola, Naturgy o Repsol, el gobierno
debería emplear los fondos Next Generation en un plan que permita la
autoproducción eléctrica en la mayoría de los hogares. Esta medida no sólo
ayudaría a alcanzar la soberanía energética y desconectarnos del mercado, sino
que además bajaría al territorio la movilización de la economía.
Debiera ponerse en
marcha, como alternativa necesaria, la obligatoriedad de que todas las nuevas
construcciones de viviendas y edificios en las ciudades de toda España
contasen, desde el principio, con instalaciones fotovoltaicas, cuando menos
para su propio autoconsumo; así como también un ambicioso plan de ayudas –tanto
de tipo técnico como de financiación– para fomentar de forma decidida la
instalación de esa tecnología en el parque de viviendas y edificios ya
existente, asunto éste en el que España va muy retrasada en relación con otros
países europeos. Y dar prioridad a los pequeños proyectos distribuidos y al
autoconsumo en instalaciones agropecuarias (invernaderos, granjas, secaderos,
etcétera). Esto permitiría el autoconsumo de la población, la incorporación a
la red de la energía sobrante, mayor eficiencia energética y un considerable
ahorro en transporte de energía y en la factura eléctrica de las familias.
La clase media ha
saltado por los aires. Su declive es imparable y no hay vuelta atrás. Cualquier
tiempo pasado fue mejor, aunque estuviera lejos de ser un paraíso. Solo le
queda la nostalgia del empleo fijo, del puesto asegurado, que le permitía
desarrollar un proyecto coherente de vida, antes de que el despido libre y la
flexibilidad laboral, impusieran su ley. Pero algunos aún confían en el regreso
de los buenos tiempos, igual que los judíos siguen esperando la llegada del
Mesías. Desde el parado al desahuciado, pasando por el que a duras penas llega
a fin de mes, o los trabajadores de bajo coste, de usar y tirar, todos, sea
cuales sean sus circunstancias y situación, se sienten partes integrantes de la
misma. Lamentablemente, tienen mucha más
conciencia de clase, y más claros sus intereses, los ricos que ellos. El
Mercado como un dios caníbal, que se alimenta de carne humana, ha reemplazado
al Estado de Bienestar. El capital le ha ganado la batalla en todos los
frentes; la tecnología y la globalización han terminado de darle la puntilla; y
la moribunda clase media continuará hundiéndose sin remedio en el pozo mientras
no cambie el sálvese quien pueda por la lucha colectiva. Antes el capitalismo
en sus formas solo nos queda “la lucha de clases”, en esta sociedad.
JMDR.