Dentro
de su programa de secesión de España y la proclamación de una “República
Catalana” han primado la imposición de unas fronteras a la superación del
sistema capitalista y las mejoras de las condiciones de vida de la clase
trabajadora. Han sido subyugados por el modelo de Estado de la burguesía
catalana, representada en este caso por el PdeCat (antigua CiU). Me atrevería a
hacer la siguiente pregunta a los dirigentes y militantes de la CUP: ¿en que
cambian los procesos de producción en la nueva “República Catalana”? ¿La
imposición de una nueva frontera en Europa mejora las condiciones de vida de
los catalanes y catalanas? ¿Cómo mejora la calidad del servicio público en
Cataluña? A Cataluña no le roba España, a los españoles, a todos los que
vivimos dentro de las fronteras de lo que hoy se llama España, nos roban los
Rato, Bárcenas, Correas, Pujol, etc. y sus banderas no son la estelada o la
rojigualda, son las banderas de los casos, Gürtel, 3%, ITV, ERE´s, etc. con
sede nacional en un banco suizo o andorrano. Puedo concluir que la izquierda no
puede avalar un proceso secesionista que pretende imponer nuevas fronteras,
implantar un sistema económico continuista del que pretende segregarse,
justificando u ocultando todos los casos de corrupción en que se encuentra
envuelto el socio de gobierno que representa a la derecha (3%, ITV…).
A
través de distintas mutaciones del patriarcado la sociedad de mercado ha
intentado gestionar aquello que no podía ser reducido a la lógica de la compra
y la venta: las relaciones afectivas, los cuidados, el trabajo reproductivo…
Cada vez más gente se está dando cuenta de que es un terreno con unas
potencialidades políticas enormes, porque en él salen a la luz con mucha
violencia algunas contradicciones de nuestra sociedad que tienen que ver con
nuestra supervivencia material. Resulta difícil no sentir que hay algo
monstruoso e inhumano en la sociedad en la que vives cuando no tienes tiempo
para cuidar de un familiar enfermo porque tienes que dedicar tus energías a un
trabajo precario absurdo y socialmente superfluo. En un momento de expansión
sin precedentes del mercado y de surgimiento de formas muy agresivas de
capitalismo, se produjo una rendición, un desarme intelectual por parte de
filosofía y las ciencias sociales, que se privaron a sí mismas de las
herramientas necesarias para entender lo que estaba ocurriendo y para proponer
alternativas. Mientras la derecha elaboraba un programa político coherente y
poderoso, con una enorme capacidad de interpelación, la izquierda se refugiaba
o bien en el elitismo intelectual o bien en la nostalgia obrerista. Volviendo
al campo estrictamente humano filosófico, creo que la posmodernidad desarrolló
un programa intelectual atractivo pero de corto recorrido, que es lo que suele
pasar con el idealismo. Me refiero a que hay autores extraordinarios a los que
hay que leer, pero que me parece que se agotan en sí mismos. Seguramente era ya
algo evidente en el caso de Heidegger y, de hecho, me resulta digno de
admiración que tuviera el valor de adentrarse en los callejones sin salida a
los que conducía su pensamiento. Y eso es lo que ocurre, en mi opinión, con
otros grandes herederos de Nietzsche, como Foucault, Deleuze o Vattimo. Me
resultan muy sugerentes, pero no tengo la sensación de que hayan abierto
ninguna senda que otros puedan prolongar.
Pertenezco
a una generación políticamente dañada, que se educó en la derrota. Quienes
comenzamos en el activismo a finales de los años 60, hemos vivido de una manera
muy particular el aplastamiento del sindicalismo y los movimientos sociales.
Por supuesto es algo que viene de más atrás, pero en aquella época era ya
completamente imposible no darte cuenta de cuál era la realidad que te rodeaba.
Por ejemplo, una de nuestras mayores batallas, al menos de la que yo me siento
más orgulloso, fue la rebelión. como en los 80 fué la insumisión, si uno lo piensa de un modo no sé si
frío o cínico, la verdad es que lo que conseguimos con cientos de condenas y un
montón de compañeros presos fue acelerar la profesionalización del ejército.
Esa cultura de la derrota genera un resentimiento y una amargura que debería
hacernos reflexionar. Sobre todo porque en España, junto a los ejes políticos
tradicionales, ha ido apareciendo una divisoria muy importante que tiene que
ver con la edad y que afecta a temas cruciales. El reflejo público de esa
ruptura es la transformación de los intelectuales orgánicos del Régimen del 78
en una especie de “chiquillos “enfurecidos completamente atrapados en su propio
nihilismo generacional. A modo de ejemplo, se me vienen a la cabeza unas
recientes declaraciones de Fernando Savater en una entrevista con un diario
italiano en la que decía, literalmente, que la humillación de las personas que
querían votar en el referéndum catalán era un momento pedagógico necesario para
la democracia. La idea de que humillar al 80% del cuerpo electoral es en algún
sentido bueno para la democracia es tan loca que resulta imparodiable. Deberíamos
recordar que todo esto empezó hace una década con una crisis de acumulación
capitalista.
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