sábado, 8 de septiembre de 2018

Allende



De más allá de la  justicia, se dice, porque Allende fue un hombre extraordinario de América. Un socialista sin renuncios, un antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar. Cuando Cuba padecía de un aislamiento casi completo y el Che iniciaba su última campaña en Bolivia Allende asumió nada menos que la presidencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) para apoyar a la Isla rebelde y al Comandante Heroico. Era por entonces Senador por su partido, y ya entonces fueron muchas las voces que se alzaron para reprocharle por su incondicional apoyo a la isla caribeña y a la insurgencia que brotaba no sólo en Bolivia de la mano del Che sino en casi toda América Latina.  Numerosos testigos españoles vivieron  la campaña de difamaciones, agresiones, insultos y escarnio que se descargó en su contra. El diario El Mercurio, una de las expresiones más indignas del periodismo latinoamericano –en realidad, no es periodismo sino propaganda y nada más- lo atacaba a diario en sus páginas políticas y en sus opiniones editoriales, invariablemente acompañadas por una caricatura que reproducía al líder socialista en la carta del rey (K) en el naipe de póquer, la mitad superior empuñando una metralleta y sosteniendo en sus manos la campana de Senado en la mitad inferior. El mensaje era clarísimo: Allende no era sino un guerrillero castrista que se había puesto la piel de cordero de un demócrata y que desde su posición en el Senado engañaba a chilenas y chilenos. Allende fue el precursor del “ciclo de izquierda” que conmovió América Latina (y el sistema interamericano) hasta sus cimientos a partir de finales del siglo pasado. Las experiencias vividas en Venezuela con Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa, en Bolivia con Evo Morales en donde se recuperaron los recursos naturales tienen en el gobierno de Allende un luminoso precedente en la nacionalización de la gran minería del cobre en manos de oligopolios norteamericanos, en la nacionalización de la banca, la expropiación de los principales conglomerados industriales y la reforma agraria. Teniendo en cuenta las condiciones de esa época, comienzos de los años setenta, lo que hizo el gobierno de la UP fue una proeza en un país rodeado de dictaduras de derecha y atacado con saña por Estados Unidos.
Según la documentación de la CIA, el 15 de Septiembre de 1970, pocos días después de las elecciones, el Presidente Richard Nixon convocó a su despacho a Henry Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, Director de la CIA y a William Colby, su Director Adjunto, y al Fiscal General John Mitchell a una reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca para elaborar la política a seguir en relación a las malas nuevas procedentes desde Chile. En sus notas Colby escribió que “Nixon estaba furioso” porque estaba convencido que una presidencia de Allende potenciaría la diseminación de la revolución comunista pregonada por Fidel Castro no sólo a Chile sino al resto de América Latina. En esa reunión propuso impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso y que inaugurara su presidencia. El mensaje tomado por Helms, a su vez, expresaba con claridad la visceral mezcla de odio y rabia que el triunfo de Allende provocaba en un personaje de la calaña de Nixon. Según Helms, sus instrucciones fueron las siguientes: “una chance en 10, tal vez, pero salven a Chile”; “vale la pena el gasto”; “no involucrar a la embajada”; “no preocuparse por los riesgos implicados en la operación”; “destinar 10 millones de dólares para comenzar, y más si es necesario hacer un trabajo de tiempo completo.”; “Mandemos los mejores hombres que tengamos.”; “En lo inmediato, hagan que la economía grite. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile;” “En 48 horas quiero un plan de acción.”  Y eso fue lo que ocurrió, desde el asesinato del general constitucionalista René Schneider hasta el reclutamiento de grupos paramilitares cuyas acciones terroristas eran adjudicadas a fantasmales brigadas de izquierda, mismas que la prensa canalla de la época, con El Mercurio a la cabeza, propagaba con fervor para alimentar la creencia de que el triunfo de la Unidad Popular era sinónimo de caos, destrucción y muerte en Chile. Pero la intervención de Estados Unidos contemplaba también presiones diplomáticas, el desabastecimiento programado de artículos de primera necesidad para fomentar el malhumor de la población, la organización de sectores medios para luchar contra el gobierno (caso del gremio de camioneros, entre los más importantes) y la canalización de enormes recursos para financiar a los revoltosos y atraer a la oficialidad militar a la causa del golpe.
Días atrás, el 4 de Septiembre, para ser más precisos, se cumplieron 48 años del triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de Chile de 1970. Con el paso de los años se comprueba, con dolor, que su figura no ha cosechado la valoración que se merece mismo dentro de algunos sectores de la izquierda, dentro y fuera de Chile.
Tengo la debilidad de pensar que la memoria no necesita museos. Miles de Chilenos arrojados a la calle, a los campos de concentración o a las celdas de castigo, guardan un recuerdo imperecedero del día en que sus vidas fueron destruidas por un poder demencial de odio y de dominación irracional. Las consecuencias, como la memoria, no se borran con una supuesta “Reconciliación”. El calendario de 2018 tiene la misma distribución de días que el de 1973, aparente coincidencia que para los numerólogos tendrá diversos significados. Para mí, solo la dolorosa precisión de aquellas jornadas aciagas que comenzaron el martes 11 de septiembre de 1973, bajo el fatídico signo de Marte, el dios de la guerra y la desolación.
Pero hay heridas que no se cierran, menos cuando una sociedad pretende mantener o consolidar sus dudosos valores esparciendo la ceniza del olvido sobre sus hijos asesinados, mientras propicia la impunidad de los criminales y niega las constantes felonías del poder de turno, postulando una conciliación falsa, que no es otra cosa que la hipocresía con que reviste y disfraza sus caducas instituciones, casi todas ellas vueltas hoy gigantes con pies de barro, plagadas de escándalos y corrupción que desnudan sin tapujos el sistema enfermo e inhumano que un médico socialista, inmolado en su mandato obtenido en las urnas, quiso cambiar hace cuarenta y cinco años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario