
Cada
vez que hay elecciones se siembra la duda de la limpieza en el proceso
electoral, y nunca los organismos internacionales han considerado que se haya
saltado las normas, es más ni siquiera la oposición venezolana ha podido tildar
de fraudulentas ninguna de las elecciones a las que se han presentado, y en los
últimos comicios decidieron no presentarse oliendo una nueva derrota ante
Nicolás Maduro. No nos engañemos, a la derecha venezolana no le
importa el pueblo venezolano, su único interés es volver a privatizar los pozos
petrolíferos para ponerlos en manos de las empresas estadounidenses y que
puedan seguir expoliando el país. El águila imperial cierra sus garras en
Latinoamérica, una revitalizada “Doctrina McCarthy” que ya ha expulsado del
tablero a Brasil, que lo intentó con Ortega y ahora de nuevo lo pretende hacer
con Venezuela, todo ello bien aderezado con la propaganda occidental.
En
Venezuela, el “Torquemada” yanqui invirtió las reglas del juego. En vez de
crear primero las condiciones institucionales mínimas que permitieran designar
al fantoche, comenzó construyendo la cúpula de la pirámide. El resultado es un
desastre de la teoría y de la práctica política. En vez de un gobernante
fantoche tenemos en Venezuela un mamarracho al cual ni el policía de la esquina
hace caso. Guaidó es un gobernante sin gobierno. No controla aspecto alguno de
la vida venezolana. El aparato administrativo, los servicios públicos, las
comunicaciones, el presupuesto nacional, la policía, las fuerzas armadas, el
espacio territorial, marítimo y aéreo, todo en suma, está bajo las órdenes del
presidente constitucional de la república, Nicolás Maduro.
Duele
ver que entre esos perritos se encuentre el gobierno de Chile que en el pasado
tuvo una política internacional honorable y apegada a los deberes de la
hermandad latinoamericana y al respeto al principio de no intervención. Al
gobierno del presidente Piñera -y de su amanuense en Relaciones Exteriores, el
tránsfuga Ampuero- le faltó la altura de miras del presidente conservador Jorge
Alessandri Rodríguez que en 1962 hizo lo posible por impedir la expulsión de
Cuba de la OEA. Chile fue uno de los pocos gobiernos que se abstuvo de secundar
la maniobra de EE.UU.
No
necesitas ser fan de Nicolás Maduro para oponerte al golpe de Estado. Puedes
desconfiar del actual presidente de Venezuela e incluso aborrecer la revolución
bolivariana iniciada en 1999 por Hugo Chávez y al mismo tiempo ser un demócrata
y considerar que si Venezuela quiere cambiar de gobierno tendrá que decidirlo
en las urnas. ¿Por qué no? Y es que a pesar de todas tus reservas políticas
hacia el gobierno venezolano, pese a sus sombras y excesos, ni Venezuela es una
dictadura ni Juan Guaidó el presidente legítimo de otra cosa que no sea la
república independiente de su casa. Llamemos a las cosas por su nombre. En
Venezuela está en marcha un intento de golpe de Estado apoyado por el
presidente norteamericano Donald Trump. El golpismo ha vuelto a América Latina
y parece que viene para quedarse. El siglo XXI ya ha visto el éxito de tres
“golpes blandos” en Paraguay, Honduras y Brasil dirigidos contra mandatarios
progresistas, así como otros muchos fallidos en la mayoría de los países en los
que en este siglo se han ido formado gobiernos con una clara voluntad de
redistribuir la riqueza y afirmar su soberanía nacional frente a los EEUU. Un golpismo
postmoderno más estético y presentable que las juntas militares de los años 70,
al estilo de Pinochet o Videla, pero que igualmente puede terminar en un baño
de sangre si la comunidad internacional no se moviliza activamente por una
solución pacífica y negociada del conflicto. No es la primera vez en la moderna
historia de Venezuela que la Casa Blanca reconoce a un presidente, como Pedro
Carmona, el 11 de abril del 2002, que apenas duró 47 horas en el gobierno y
terminó preso.
Una
“solución” militar requeriría un impopular envío de tropas norteamericanas a
Venezuela, en momentos en que en la Cámara de Representantes cobra fuerza el
proyecto de someter a Trump a un juicio político.
Sé
olvidaron que esas negociaciones realizadas
con éxito por José L. Rodríguez Zapatero en los diálogos que tuvieron lugar en
Santo Domingo y que al momento de estampar con su firma los trabajosos acuerdos
logrados los representantes de la “oposición democrática” venezolana se
levantaron de la mesa y dejaron al español con su pluma fuente en la mano. Es
que recibieron una llamada de Álvaro Uribe, habitual mandadero de la Casa
Blanca, transmitiendo la orden de Trump de abortar el proceso.
Hoy
Donald Trump ha exportado la “Doctrina McCarthy” a la América Latina, como si
su de su territorio de EE.UU, se tratara, cercenando los derechos de millones
de Latinos Americanos