martes, 15 de noviembre de 2011

LA EUROPA QUE VIENE


En Italia o Grecia, los representantes del pueblo, democráticamente elegidos, no están en grado de introducir las medidas impuestas porque los ciudadanos las rechazan, es decir, porque no representan la expresión de la voluntad popular. Sin embargo, se nos ha hecho creer que, a pesar del rechazo frontal de la ciudadanía, hay medidas que se tienen que aplicar cueste lo que cueste, a pesar de la voluntad popular. En otras palabras, mantienen que si la clase política no está en grado de hacerse cargo de estas impopulares medidas, deberá ser otro quien lo haga. Una voluntad invisible que toma las decisiones pasando por encima de la democracia existente. Una especie de oligarquía en la sombra. Tenemos dos gobiernos que están cediendo simultáneamente su soberanía ante las presiones internacionales. Y tenemos dos podestá extranjeros, estrechamente ligados al mundo de las finanzas, de los mercados, de la banca y, asimismo, miembros de la opaca Comisión Trilateral de Rockefeller. Ambos, en primera línea para sustituir a los dos gobiernos democráticamente elegidos para tomar decisiones claramente impopulares. Es decir, por definición, contrarias a la voluntad popular. Pero, como si esta hemorragia de representación democrática no fuera suficiente, otro grupo de trabajo supranacional fundado sobre el secreto de sus propias resoluciones, el hermético y privilegiado grupo Bilderberg, en su última reunión exclusiva celebrada en junio de este año en St. Moritz acogió entre sus invitados al mismísimo Mario Monti. Pero no fue el único, pues también participaron en esta reunión secreta y casi ilegal, donde no se admite a la prensa y solo se puede acceder con exclusiva invitación, personalidades procedentes principalmente de Estados Unidos y Europa. De lo que se habla en esas reuniones, no sabemos nada. No hay democracia sin transparencia. Lo que actualmente existe y, sobre todo, lo que se ha impuesto a Italia y Grecia, es de todo menos democracia. La supresión de nuestro derecho de representación ha sucumbido ante la toma de decisiones a puerta cerrada, en sedes donde se tutelan intereses privados, donde una élite restringida decide la suerte de pueblos enteros sin que a éstos se les garantice una clara percepción de las cosas. La soberanía popular ha muerto. En este momento es un concepto quimérico que está cediendo el paso a una sinarquía de hecho, es decir, a un gobierno sombra, que, aunque en términos de real politik siempre ha existido, se está convirtiendo en dominante hasta el punto de que sus efectos empiezan a ser más que evidentes.

José María Domínguez

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