jueves, 9 de junio de 2011

Austeridad devaluada

Lo que realmente resulta devaluado en los programas de austeridad o de devaluación monetaria es el precio del trabajo. Es decir, el principal costo interno, puesto que hay un precio mundial común para combustibles y minerales, bienes de consumo, alimentos y hasta crédito. Si los salarios no pueden reducirse por la vía de la “devaluación interna” (con un desempleo que, empezando por el sector público, induzca a caídas salariales), la devaluación de la moneda hará el trabajo hasta el final. Así es cómo la guerra de los países acreedores contra los países deudores en Europa troca en guerra de clases. Pero para imponer tamaña reforma neoliberal, es preciso que la presión exterior esquive a los parlamentos nacionales democráticamente elegidos. Pues no es de esperar que los votantes de todos los países acaben siendo tan pasivos como los de Letonia e Irlanda cuando se actúa manifiestamente en contra de sus intereses. El sistema fiscal griego operaba como un sifón extractor de ingresos para pagar a los bancos alemanes y franceses que compraban bonos públicos griegos (con suculentas y crecientes tasas de interés). Los banqueros se están moviendo ahora para formalizar ese papel, una condición oficial para ir cobrando los bonos griegos a medida que vayan venciendo y alargar la cuerda financiera cortoplacista bajo la que está operando ahora Grecia. Los actuales tenedores de bonos cosecharán unas enormes ganancias, si este plan tiene éxito. Moody’s degradó la calificación de la deuda griega a niveles de basura el pasado 1 de junio (de B1, que ya era un nivel muy bajo, a Caa1), estimando en un 50% la probabilidad de quiebra. La degradación sirve para apretar todavía más las tuercas al gobierno griego. Con independencia de lo que hagan las autoridades europeas, observaba Moody’s, “aumenta la probabilidad de que los sostenedores de Grecia (el FMI, el BCE, y la Comisión de la UE: la “Troika”) necesiten, en algún momento futuro, de la participación de acreedores privados en una reestructuración de la deuda como condición necesaria para encontrar apoyo financiero”.

Por la derecha política, el dirigente conservador Antonis Samaras dijo el pasado 27 de mayo, cuando avanzaban las negociaciones con la troika europea: “No estamos de acuerdo con una política que mata nuestra economía y destruye nuestra sociedad… Grecia sólo tiene una salida: la renegociación del acuerdo de rescate [con la UE y el FMI].” La Comunidad Económica Europea que precedió a la actual Unión Europea fue creada por una generación de dirigentes, cuyo principal objetivo era poner fin a las interminable guerras intestinas que asolaron a Europa durante mil años. El objetivo de muchos de ellos era poner fin a los mismos Estados nacionales, en el supuesto de que son las naciones las que van a la guerra. Lo que comúnmente se esperaba era que la democracia económica batiría a la mentalidad monárquica y aristocrática, afanada en la gloria y la conquista. Internamente, la reforma económica depuraría a las economíaas europeas del legado de las pasadas conquistas feudales de territorio, y en general, de bienes comunales públicos. El objetivo era beneficiar al conjunto de la población europea. Tal era el programa reformista de la economía política clásica.

La integración europea comenzó por el comercio, la vía de menor resistencia: la Comunidad del Carbón y del Acero promovida por Robert Schuman en 1952, seguida, en 1957, por la Comunidad Económica Europea (CEE, el Mercado Común). La integración aduanera común y la Política Agrícola Común (PAC) fueron rematads con la integración financiera. Pero, a falta de un Parlamento continental real que legislara, fijara tipos impositivos, protegiera las condiciones de trabajo, defendiera a los consumidores y controlara los centros bancarios extraterritoriales, la planificación central pasa, por defecto, a manos de los banqueros y de las entidades financieras. Tal es la consecuencia de substituir a los estado nacionales por la planificación de los banqueros. Así fue substituida la política democrática por la oligarquía financiera.

Miles de personas, principalmente jóvenes, están involucradas en el nuevo movimiento en el Estado español. La gente joven ha sufrido durante años condiciones de trabajo precarias, sueldos insuficientes y contratos temporales. Pero los efectos se han vuelto más marcados con la última crisis del capitalismo. Cerca de un 21% de la población no tiene trabajo y entre los menores de 30 años el porcentaje sube al 40%. Esto no incluye a las y los estudiantes que buscan trabajo, así que la cifra en realidad es mayor. Las ideas autonomistas son fuertes aquí, en parte porque los grandes partidos están completamente subordinados a los bancos y a las instituciones financieras. La izquierda revolucionaria colapsó en los años posteriores a la transición del fascismo a la democracia –tras la muerte del General Franco en 1975. Y dejó un vacío que las ideas autonomistas pueden llenar. Estas ideas tienen sentido para la gente que no está organizada. La mayoría están siendo activistas por primera vez, y el rechazo de los partidos y los sindicatos va atado a la idea de que esto es algo nuevo. La gente quiere construir algo distinto. En Grecia, España, Islandia, Portugal y ahora en Francia, los jóvenes dan muestra de sus primeras reacciones que van en contra de esa “Europa Degradada”. Se reclama por una mayor igualdad de derechos; por una verdadera libertad; por una dignidad humana; por el respeto a los demás; por el respeto a la naturaleza; porque se destrone y se le quite poder al uso descarado del dólar como moneda de cambio internacional, que ha llevado al mundo a una declive con consecuencias que aún no han podido cuantificar y mucho menos calificar, ha y que consteuir una EUROPA SOCIAL y eso no pasa por el sistema de liberalismo economico, si no por una revolución social que ya ha empezado.




José María Domínguez






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