sábado, 11 de junio de 2011

EL PODER DE LA PALABRA


Desmintiendo los esquemas preconcebidos sobre la excepcionalidad del mundo árabe, todas estas revueltas sin connotación religiosa ha demostrado simplemente que ningún tirano puede reprimir a un pueblo eternamente. Las dificultades, los riesgos de manipulación imperialista y el posible fracaso de los distintos movimientos es sin duda alto, sobre todo en Libia, pero esto no hace menos legítimas las revueltas ni menos criminales a los tiranos. La oleada revolucionaria del mundo árabe tiene una extraordinaria potencia innovadora, que se mantendrá con independencia del resultado en los distintos frentes, y es la señal de que algo se está rompiendo en los equilibrios de control global del gran capital. No escuchar las voces de los pueblos insurgentes sería un grave error histórico. Pensareis que esto es un complot imperalista. Pero cómo es posible pensar que un complot imperialista haya podido inyectar el virus de la revuelta en tantos países? ¿No es más lógico reconocer que este tipo de dictaduras sanguinarias y corruptas, en el poder desde hace décadas en buena parte del mundo árabe, se han vuelto históricamente obsoletas e insoportables para pueblos compuestos en gran parte de jóvenes cultos y sin futuro? Cualquiera que haya vivido experiencias directas sabe que a las revueltas han faltado sin duda medios, organización, proyectos alternativos, pero no, desde luego, la autonomía. La desesperación, la humillación y la rabia colectiva incubaban la explosión desde hace tiempo, aunque hayan cogido a todos un poco por sorpresa. Una demanda de dignidad y libertad que ha empujado a las multitudes de Túnez, Egipto, de Bahrein y también de Libia a salir a la calle arriesgando la propia vida. Gadafi es odiado no sólo por algunos “extremistas troskistas” -como alguien ha escrito- que denuncia su papel de gendarme de la Fortaleza Europa, los campos de concentración y los lager-burdel para emigrantes subsaharianas, la explotación esclavista de los trabajadores tercermundistas y el racismo institucional. Es odiado también por gran parte de su pueblo, que tiene en los bolsillos tal vez un poco más de dinero que sus vecinos, pero que además de soportar la tiranía vive en un país aplastado sobre sí mismo, sin infraestructuras, son escuelas dignas de ese nombre, sin hospitales, tal y como cuentan las miles de personas que vienen a a que las atiendan a las clínicas tunecinas.

Ahora que la revuelta libia está llegando a su fin, con el ejército de Gadafi que ahogará en sangre la resistencia de Bengasi, se revela con claridad que también en el caso libio, a pesar de las manipulaciones mediáticas y la voluntad de intervención militar, Occidente se encontró desprevenido frente a una crisis que nadie había previsto ni programado. Los argumentos usados para denigrar a los que, después de denunciar las manipulaciones de la información y rechazar toda intervención exterior, han considerado positivamente la revuelta y juzgado criminal el régimen de Gadafi, se revelan cuando menos paradójicos. Se apela en general al papel revolucionario y de lucha anticapitalista jugado por Gadafi en los comienzos de su casi medio siglo de poder absoluto. Es verdad. Como no es menos cierto, sin embargo, que la mafia, al comienzo de su historia, jugó en Italia el papel de la lucha contra el invasor y de contrapoder popular organizado. ¿Eso significa quizás que las personas de izquierdas debamos elogiar la lucha contra el sistema que la mafia libra todavía hoy?. Una de las cosas fundamentales que la izquierda mundial debe hacer, si quiere ser símbolo y modelo, es demostrar al mundo su coherencia, su adhesión a un sentido de la justicia social incondicionado, no hipócrita, no cambiante según las circunstancias.



José María Domínguez

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